Comunión de taichi chuan

Antes de empezar la clase un alumno me contó que había experimentado algo especial al terminar la clase anterior. Se había ido con una intensa sensación de vitalidad y bienestar y la atribuia a la práctica que había sostenido con sus compañeros. Habían hecho la forma de taichi chuan poniendo especial atención en moverse todos al unísono, no como varios individuos juntos, sino como un único cuerpo. «Fue una sensación de comunión», resumió el alumno. En otras oportunidades, otros alumnos manifestaron haber sentido algo parecido; la sensación de ser parte de algo más grande y colectivo.

Cuando estamos en el vientre materno, estamos conectados a nuestra madre. Luego de nacer, seguimos conectados a ella durante la lactancia y al mundo que nos rodea, como los demás animales. A medida que crecemos y vamos desarrollando la noción del yo, esa conexión empieza a perderse. Este proceso es fundamental para crecer como seres humanos, pero genera mucha angustia. Por eso, desde tiempos antiguos los humanos buscamos maneras de recuperar esa conexión con la totalidad. La religión es uno de los tantos intentos de la Humanidad por re-ligarse, reunirse con el Universo. El taichi chuan es otro camino en esa búsqueda. Al hacer la forma en grupo, todos los practicantes nos movemos como una unidad. Ya no soy un yo separado del resto; todos somos parte de una unidad que nos contiene. Somos todos peces en el océano del taichi chuan. Pero al practicar en soledad, si lo hacemos con concentración, también logramos esa re-conexión entre la mente y cada parte del cuerpo. El malestar de la sociedad moderna no deriva únicamente de la alienación respecto al universo que nos rodea; sufrimos también la alienación de nosotros mismos. Estamos desconectados del mundo exterior y de nuestro mundo interno. La buena práctica del taichi chuan nos permite recuperar esa comunión con nosotros mismos y con los demás.

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Autor: Daniel Fresno