Federico y Marta

El otro día, después de practicar tui shou, Federico me contó esta historia. Él vive en Villa Urquiza, ciudad de Buenos Aires y todos los días sale a la calle en bicicleta a hacer sus cosas. En su camino pasa cerca de un taller mecánico en el que vive un ovejero alemán hembra. Cada vez que Federico pasa, ella se lanza hacia él a toda velocidad, ladrando y mostrando los dientes. El dueño de la perra, desde adentro del taller, dice indiferente: «No te preocupes; no hace nada».

Pongámonos en el lugar de Federico. Estamos andando en bicicleta por la calle y de pronto, un perro enorme se nos viene encima como lo hace un animal dispuesto a atacar. Es una situación riesgosa para uno, que puede perder el equilibrio y caerse en medio de una calle por la que circulan otros vehículos. Y también es riesgosa para la perra, que puede ser atropellada por un auto.

Como la situación se repetía todos los días, Federico decidió hablar con el dueño de la perra. Le pidió que la controle para evitar esas situaciones tan peligrosas, pero el tipo no se hacía responsable y se escudaba detrás del mantra: «No te preocupes; no hace nada».

Viendo que el dueño no se hacía responsable, Federico tomó una decisión. Desde ese día, cada vez que salía con su bicicleta, llevaba consigo alguna golosina para perros. Cuando la bestia se lanzaba a su encuentro, él se bajaba de la bici, le daba la golosina y jugaba con ella. Con el paso de los días, Federico se ganó la confianza de Marta -así se llamaba la perra- que dejó de perseguirlo cada vez que pasaba por la calle.

A veces es más fácil entenderse con un animal que con un humano.

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Autor: Daniel Fresno