Lo grande y lo pequeño

dr.maradona
Hace poco charlábamos con un alumno de tai chi chuan sobre lo grande y lo pequeño. Decíamos que lo grande, lo ruidoso, lo espectacular, suele convocar más atención y reconocimiento que lo pequeño, lo gradual y lo silencioso.

Por ejemplo, nuestro querido Dr. René Favaloro se hizo mundialmente famoso por perfeccionar la técnica del baipás coronario. Se trata de una operación sumamente compleja y delicada, a corazón abierto, en la que se utiliza una vena o arteria de otra parte del cuerpo para puentear la obstrucción coronaria.

El Dr. Esteban Laureano Maradona, en cambio, es muy poco conocido.  Trabajó como médico rural entre los pueblos originarios de la provincia de Formosa. Sin grandes recursos tecnológicos y practicando la medicina preventiva, logró reducir la desnutrición y erradicar enfermedades como la tuberculosis, mal de Chagas, cólera y sífilis en su zona de influencia.

Tanto Favaloro como Maradona trabajaron con amor, sacrificio y dedicación, cada uno en su terreno. Uno inventó una técnica para salvar la vida de los que tienen las arterias tapadas y por eso se hizo famoso. El otro, educó y aconsejó a sus pacientes para que lleven un estilo de vida saludable, evitando así obstrucciones coronarias y otras desgracias, pero no apareció en ningún noticiero.  Sin embargo, ¿qué es preferible? ¿Prevenir la enfermedad o contraer una que exige cirugía mayor y un enorme gasto de dinero?

En las artes marciales sucede algo parecido. Son más atractivas las peleas con golpes, patadas y sumisiones, pero el artista marcial de más alto nivel suele prevenir la situación de violencia antes de que se desencadene. Hay un cuento que habla sobre esto:

El maestro vivía con sus tres hijos en una pequeña aldea. Un día recibió en su casa a un viejo amigo. Luego de comer, el visitante preguntó al maestro si sus hijos también aprendieron artes marciales.  El maestro respondió que sí, pero que sus niveles de comprensión eran bien distintos. Para ilustrar lo dicho, el maestro apoyó una vasija en el borde superior de la puerta de acceso a la sala y llamó a su hijo menor. Al oír la voz del padre, el muchacho corrió hacia la sala, abrió la puerta con un movimiento enérgico y la vasija cayó sobre su cabeza. Pero antes de que llegue al piso, el puño del joven la rompió en mil pedazos.

El visitante se sorprendió de la potencia y velocidad del muchacho. El dueño de casa le dijo: «este es mi hijo menor; todavía tiene mucho que aprender». Puso otra vasija sobre el borde de la puerta y llamó a su segundo hijo. El muchacho abrió la puerta provocando la caída de la vasija, pero antes de que toque su cabeza, la recibió con las manos y la depositó suavemente en el piso.

El maestro dijo: «este es mi hijo del medio; aprendió algo, pero todavía le falta». Volvió a poner la vasija sobre la puerta y llamó al hijo mayor. Éste se detuvo antes de cruzar la puerta, miró hacia arriba y vió la vasija. Se deslizó al interior de la sala sin tocar la puerta y dijo: «¿qué desea, padre?»
El maestro dijo a su amigo: «este es mi hijo mayor; aprendió bastante».

Akira Kurosawa recreó esta historia en su inolvidable película «Los siete samurais»

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Autor: Daniel Fresno