¿Por qué tanta violencia?

Ocurrió durante la práctica de taichi chuan en el Parque Los Andes. Las dos primeras partes de la clase habían terminado y estábamos haciendo trabajo en pareja. Martín y su esposa estaban sentados en un banco charlando mientras los demás practicábamos tirar, esquivar y bloquear golpes. Una señora que pasaba por ahí se acercó a Martín y, refiriéndose a nosotros, le dijo: «Yo vengo al parque seguido y los veo practicando esos movimientos suaves y armoniosos. Transmiten tanta paz. No entiendo por qué ahora se comportan con tanta violencia». Martín no tuvo oportunidad de responder porque la señora siguió su camino repitiendo: «¿Por qué tanta violencia, por qué tanta violencia?»

La señora está preocupada por la violencia y tiene buenos motivos. Hay mucha violencia en todo el mundo y pareciera haber cada día más. Sin embargo, en nuestra práctica marcial no hay violencia. El lector se preguntará ¿cómo puede ser que no haya violencia, si se la pasan tirándose golpes, empujándose y arrojándose al suelo unos a otros? Para responder a esto primero es necesario distinguir dos conceptos muy diferentes, pero que suelen confundirse: agresividad y violencia.

La agresividad es instintiva y está presente tanto en los humanos como en los animales. La agresividad es una energía que nos permite estar alertas, defendernos, adaptarnos a los cambios y persistir en la búsqueda de nuestros objetivos. Hace poco publicamos aquí una nota sobre cómo la agresividad le permitió a un alumno enfrentar y expulsar a un ladrón que había ingresado a su casa.

La violencia, en cambio, es un rasgo únicamente humano y se caracteriza por la intención de dañar o eliminar al otro. La violencia se manifiesta a través de acciones, pero también a través de la palabra y el pensamiento. La buena noticia es que, al no ser algo instintivo, puede erradicarse por medio de la educación.

En nuestra escuela practicamos artes marciales y, por eso, entrenamos la agresividad, pero no actuamos con violencia. Hay violencia en la calle, pero dentro de la escuela practicamos en un marco de contención, con reglas claras y guiados por el principio de no lastimar al otro. Tenemos una frase al respecto: «Cuidá a tu compañero, porque si lo rompés, no te vamos a dar uno nuevo».

Durante la práctica en pareja no actuamos con violencia, no buscamos lesionar o matar al otro. Aprendemos el arte marcial para prevenir la violencia y para detenerla en caso de que se haya desatado. En la escuela educamos la agresividad; aprendemos a graduarla y a canalizarla de una manera constructiva. Entrenando la agresividad, aprendiendo a prevenir la violencia y aprendiendo a enfrentar la violencia ajena, el practicante se hace más fuerte, seguro y resistente.

En nuestra escuela, además del cuerpo y la mente, también cultivamos el espíritu. Esto significa que educamos la atención para conocernos mejor a nosotros mismos y ser capaces de reconocer cuando el miedo y la ira empiezan a surgir. Estas dos emociones, el miedo y la ira, son el combustible que alimenta la violencia. De esta manera aprendemos a lidiar con ellas, evitando que nos manejen.

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Autor: Daniel Fresno