Trabajo de escultor

por Daniel Fresno

Un alumno envió este mensaje que aquí resumimos:

A menudo compartís porciones de tu saber en las charlas durante las clases. Yo en general escucho con atención y asiento. Cuando nos hablás, suena como una verdad que se hace evidente ante nuestros ojos pero que ya estaba ahí, latente. Me es difícil, en general, no estar de acuerdo con lo que decís, salvo algún detalle menor.

Hoy estaba leyendo una charla del Maestro Chao y me chocó bastante. Traté de leerlo con la mente abierta, pero no paraban de ocurrírseme contraejemplos a lo que el Maestro daba por cierto. Tampoco entendí por qué el Maestro Chao aseguraba con tanta confianza que el nuevo gobierno quiere lo mejor para el país. (…) Después de leer esa charla, quedé en estado de shock. A pesar de haberlo leído por lo menos dos veces tratando de mantener una actitud de «escucha activa» y de rescatar por lo menos aquello con lo que estaba de acuerdo, no siento que haya aprendido algo significativo de las palabras del Maestro Chao.

Tengo la suerte de ser tu alumno y que en general me resuenen las cosas que nos transmitís, pero no puedo evitar preguntarme qué pasaría si no fuese así. 

¿Es necesario estar siempre de acuerdo con el propio maestro? ¿Habría que buscar un maestro con el que uno esté de acuerdo casi siempre? ¿Qué pasa cuando uno no encuentra razonable lo que el maestro trata de transmitirle?

Antes de responder quiero decir que siento profundo respeto y gratitud por el Maestro Chao, mi maestro. Me dio lo mejor de sí y lo hizo con sabiduría, amor y compasión. Aún hoy sigue siendo un ejemplo para mi y a veces en ciertas circunstancias me pregunto “¿Qué haría el Maestro Chao en mi lugar?”.

No voy a hablar sobre sus opiniones políticas ni sobre el nuevo gobierno. Me gustaría enfocarme en la relación maestro-alumno.

¿Por qué buscamos un maestro?

Cuando salimos del vientre materno nos damos cuenta de nuestros límites. Esos límites nos separan del Universo al que hasta hace poco estábamos unidos, y anhelamos recuperar esa conexión perdida.

Invertimos grandes esfuerzos para trascender esos límites. El problema es que esa búsqueda suele tener un rumbo equivocado. 

Sentimos que nuestra billetera es muy limitada y deseamos ganar más dinero.
Sentimos que nuestra vivienda es muy limitada y deseamos una más grande.
Sentimos que nuestra influencia sobre los demás es muy limitada y buscamos tener más amigos y conexiones.
Sentimos que no recibimos suficientes «me gusta» y deseamos cosechar más.
Sentimos que la información que manejamos es limitada y deseamos tener más.

Gastamos mucho tiempo y energía en superar límites externos, en conquistar nuevos territorios, convencidos de que así alcanzaremos un estado de bienestar, plenitud y seguridad que llamamos «felicidad».

Muchas personas buscan por ejemplo un maestro de taichi chuan como parte de esa lucha por conquistar el mundo exterior. Unos buscan dinero y su razonamiento es: “si estudio con este maestro obtendré un diploma que me permitirá dar clases”. Otros buscan poder y su razonamiento es: “si permanezco junto a este maestro el tiempo suficiente seré uno de los alumnos más antiguos y los más nuevos tendrán que seguir mis instrucciones”. Otros buscan palabras agradables a sus oídos. Son los que se enojan u ofenden cuando el maestro dice algo que no les gusta. Otros buscan el placer sensorial del cuerpo en movimiento.

Otros buscan validar la información que ya poseen. A mí siempre me interesaron las artes marciales internas y, hambriento de conocimiento, devoré todos los libros sobre el tema. Pero en los libros y videos no se encuentra el conocimiento. Ahí solo hay datos y a veces algo de información.

Pero el problema con los datos y la información es que uno no sabe si son auténticos o falsos. Mucha gente va a un maestro para chequear si es cierta la información que tiene en la cabeza. En mis primeros tiempos al lado del Maestro Chao hice eso. Trataba de validar todo lo que tenía en la cabeza sobre artes marciales y chi kung. No digo que esté mal hacer esto, pero es un desperdicio de tiempo y energía. El egocentrismo me impedía abrirme a lo que el maestro real tenía para enseñar. Cuando logré soltar «lo que sabía» y empecé a escuchar con atención al maestro, pude acceder a todo lo que aún no sabía. Ahí empezó el auténtico aprendizaje.

En resumen, muchas veces acudimos a un maestro para que nos ayude a seguir superando límites externos, para que nos de herramientas para conquistar el mundo. Pero el camino espiritual no pasa por ahí.

Conquistando montañas personales

Llega un momento en el que descubrimos que a pesar de los logros mundanos alcanzados, la felicidad no llega, y si llega, es efímera. Empezamos a sospechar que la clave está en superar límites internos, en conquistarnos a nosotros mismos. Ahí comienza el camino espiritual. Y para recorrerlo necesitamos un maestro.

Como vimos, el camino espiritual consiste en descubrir los limites internos y luchar para superarlos. No se trata de adquirir, acumular o conquistar técnicas o saberes; se trata de desenterrar la esencia luminosa que está atrapada dentro de cada uno de nosotros.

En ese sentido, la tarea del buscador espiritual se parece a la del escultor, que con la maza y el cincel quita lo que está de más para “liberar” la figura atrapada dentro del bloque de piedra. En el camino espiritual auténtico estamos esculpiéndonos a nosotros mismos. Y esa tarea no es cómoda. Cada vez que el martillo golpea el cincel contra nuestra piedra sentimos, en el mejor de los casos, incomodidad. Si queremos avanzar en la práctica interna experimentar incomodidad es inevitable.

En mi experiencia personal los momentos de mayor progreso ocurrieron cuando el Maestro Chao dijo o hizo algo que no me gustó. Cuando el maestro dice algo que nos irrita o que simplemente nos “hace ruido” se presenta una gran oportunidad de aprendizaje. En esos momentos se abre un portal hacia la Iluminación. Es la gran oportunidad de cambiar la mirada y tratar de ver las cosas desde otra perspectiva. No significa dejar de lado nuestras ideas y adoptar ciegamente las del maestro. Se trata de salir de la comodidad de nuestras creencias más arraigadas y preguntarnos: “¿y si las cosas no son exactamente como yo creo?”

Piensen en Copérnico. Él estudió las artes y ciencias de la época y creía lo mismo que la mayoría de sus contemporáneos, que la Tierra era el centro del universo. Pero en algún momento Copérnico se animó a salir de la comodidad de lo que todos llamaban verdad y se preguntó: “¿y si las cosas no son exactamente como todos creemos? ¿Y si el sol no gira alrededor de la Tierra?”. Esta pregunta cambió el rumbo de la ciencia y de la humanidad. Lo que hizo Copérnico fue salir de la seguridad de lo que conocía para aventurarse en el océano inmenso de lo desconocido.

Muchas de las cosas incómodas que escuché decir a mi maestro fueron un duro golpe a mi ego, pero también fueron el detonante de profundos cambios en mi manera de entender mi mundo interno y el mundo que me rodea. Y estoy muy agradecido por esos momentos incómodos.

Cómo escuchar lo que no me gusta

La mejor actitud cuando el maestro habla es escuchar de manera ecuánime. Esto significa escuchar con plena atención, poniendo en pausa el egocentrismo, que constantemente evalúa si eso que escuchamos nos gusta o nos desagrada. Y aquí volvemos a la pregunta de Diego: “¿Tengo que estar siempre de acuerdo con lo que dice el maestro?”.
Claro que no. Pero lo que conviene preguntarse es: ¿estoy realmente escuchando lo que dice el maestro o estoy escuchando lo que interpreta mi egocentrismo?

Escuchar de manera ecuánime no significa adoptar ciegamente las ideas y valores del maestro. Las enseñanzas del maestro, las que nos gustan y las que no, son herramientas que nos ofrece. Lo mejor es aceptarlas y guardarlas en el cajón de herramientas de la mente. Luego, con atención y espíritu curioso, las ponemos a prueba para descubrir por nosotros mismos si sirven o no. Si sirven las conservamos; si no sirven las dejamos de lado. Si la mayoría de las herramientas que nos da ese maestro no nos sirven, tal vez sea momento de buscar otro.

Diego también pregunta: “¿Habría que buscar un maestro con el que uno esté de acuerdo casi siempre?”
Lo más habitual es que uno elija un maestro con el que tiene cierta afinidad, ciertos puntos de coincidencia. Pero si a lo largo de un aprendizaje prolongado y sostenido solo escucho del maestro cosas con las que estoy de acuerdo, eso es señal de que no hay auto-transformación. Es lo que pasa en esos retiros de fin de semana en los que conocemos únicamente el lado agradable del maestro.

Hay una frase de Confucio:
”Cuando veas a una persona buena, trata de imitarla. Cuando veas a una persona mala, examínate a ti mismo”.

Es un buen consejo. Pero sabemos que no hay personas totalmente buenas ni personas totalmente malas. Las personas reales tienen virtudes y defectos. Los maestros, como seres humanos que son, también tienen virtudes y defectos. La clave está en aprovechar ambos para aprender y progresar. Siguiendo el método confuciano, podemos aprender de las virtudes del maestro, tratando de adoptarlas. Eso nos transformará positivamente. Y también podemos aprender de sus defectos, mirando dentro de nosotros y preguntándonos con honestidad “¿cuánto de ese defecto hay dentro de mí?”. Eso también nos transformará positivamente.

Si somos escultores de nosotros, el verdadero desafío es superar los límites internos, es tomar la maza y el cincel y golpear la piedra. Cada vez que el maestro dice o hace algo que nos incomoda, está señalado dónde tenemos que dar el próximo golpe.

Gracias por escuchar..


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