Revisar el software
por Daniel Fresno—
Las computadoras son herramientas muy útiles. Cambiaron radicalmente la manera en que los humanos trabajamos y nos comunicamos. Pero además sirven para ilustrar conceptos complejos y hacerlos más accesibles.
Todos sabemos que la computadora tiene un hardware, un conjunto de elementos físicos y materiales y también tiene un software, que son los programas que le permiten realizar ciertas tareas. Nadie sabe con precisión cuánto tiempo va a durar una computadora. Algunas duran muchos años, otras unos pocos, pero ninguna dura para siempre.
Los animales y los humanos nos parecemos a las computadoras. Tenemos un hardware, que es el cuerpo físico y un software para realizar ciertas tareas. Además, tenemos un tiempo limitado, que no sabemos cuánto es. Por una cuestión estadística esperamos que una vida humana dure entre 6o y 90 años, pero no hay ninguna garantía al respecto. Hoy un alumno contó que un compañero de trabajo se sintió muy cansado y se sentó a descansar y se murió. Tenía 35 años y nadie entiende qué pasó. Esto nos muestra con crudeza lo impredecible que es la vida.
Pero volvamos al software. Los animales vienen de fábrica con una programación que les permite cumplir dos tareas básicas; alimentarse y reproducirse. Los humanos tenemos un hardware más complejo, sobre todo a nivel cerebral, lo que nos permite instalar programas más potentes y sofisticados. Al igual que los animales, tenemos un software de fábrica y muchas personas no hacen otra cosa en su vida que ejecutar ese programa que los hace buscar alimento y reproducirse.
Pero también podemos aprender, que es como instalar programas nuevos. A todos los humanos nos van instalando programas desde muy chicos. Los primeros los instala la familia, luego se agregan los programas de la escuela y la educación formal, los de «la calle», los de las religiones, los de los medios de comunicación y el mercado. Muchas personas dedican su vida a ejecutar esos programas sin siquiera darse cuenta que lo están haciendo. Hacemos cosas para agradar a la familia, o a los amigos o simplemente para sentir que somos «normales». Cuando nuestros actos están guiados por compulsiones, hábitos o deseos ajenos no nos diferenciamos mucho de los animales.
Conozco personas que invirtieron 6 u 8 años de vida en una carrera universitaria deseada por sus progenitores. Al recibir el diploma, se lo entregaron a sus padres y se dedicaron a otra cosa. Otros se graduaron y, sin una auténtica vocación, terminaron desempeñándose como profesionales mediocres. Hay gente que tiene hijos para darle el gusto a otra persona. En 1978, en Guyana, casi mil personas se suicidaron siguiendo el mandato de su guía espiritual.
No estoy diciendo que hay que rebelarse contra los mandatos impuestos por la familia, el sistema o los maestros. No estoy diciendo que está mal seguir el deseo de otros. Digo que si vamos a dedicar nuestra vida a eso, es mejor hacerlo concientemente. Lo que nos diferencia de nuestros hermanos animales es que tenemos la capacidad de tomar conciencia de los programas que corren en nuestro sistema.
Aprovechando esta capacidad, podemos averiguar qué vida estamos viviendo. Averiguar qué software estamos ejecutando, quién lo programó, quién lo instaló y con qué intención. Averiguar también qué impacto tendrá en nuestra vida y en el mundo que nos rodea. Luego de averiguar todo esto podremos elegir libremente si deseamos seguir ejecutándolo o si deseamos desinstalarlo. La vida es muy corta como para gastarla cumpliendo inconcientemente tareas impuestas por deseos ajenos y hábitos arraigados.
Y aquí aparece otra de las maravillas humanas, que los animales no poseen: nosotros podemos programar nuestro propio software. Dicho de manera bonita, podemos tomar las riendas de nuestro destino. En esta tarea de averiguar qué programas estamos ejecutando la atención será nuestra herramienta fundamental. La atención, que educamos y fortalecemos a través de nuestra práctica de taichi chuan, chi kung o meditación, es la que echará luz sobre cada línea de código del software que tenemos adentro. Es mi deseo que este nuevo año sea propicio para esa búsqueda interior.
Gracias por escuchar.
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