La furia salvadora
Martín viene a las clases de taichi chuan. Noches atrás vivió una situación difícil, cuando un desconocido quiso entrar a su casa por el balcón del dormitorio. Martín y su esposa estaban durmiendo, pero la caminata del delincuente sobre el techo de tejas los despertó. Esto permitió que Martín se levantara y estuviera preparado para enfrentar la situación. Cuando el intruso bajó del techo y quiso entrar al dormitorio, Martín lo golpeó haciéndolo retroceder hasta el balcón. Desde ahí, el frustrado ladrón saltó a la calle y se perdió en la oscuridad de la noche. Varios días después, al terminar la clase de taichi chuan, Martín dijo:
-Una de las cosas que más me afectó de aquel episodio fue la ira que sentí en ese momento. Me di cuenta que deseaba matar a ese tipo, especialmente al ver que se escapaba. Me sorprendí al sentir esa ira. Es un aspecto mío que no conocía.
-Es lógico que te sintieras furioso en una situación así -dije-. Estabas en tu propia casa durmiendo y nadie tiene derecho a entrar sin tu autorización, y menos de esa manera. La ira es una emoción normal. No es buena ni mala. Lo que no conviene es actuar bajo los efectos de la ira sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo. Por eso se recomienda estar atentos al momento en que surge la ira y tratar de no decir ni hacer nada inmediatamente. Respirar varias veces antes de hablar/actuar impulsados por la ira puede evitarnos males mayores y ayudarnos a mejorar el vínculo con los demás. Pero esto sólo sirve en situaciones normales. Lo que viviste vos fue algo fuera de lo normal, que exigía actuar de manera inmediata. En este caso, la agresividad te ayudó a enfrentar al intruso y expulsarlo de tu casa. La ira fue el combustible que te permitió proteger a tu esposa y a vos y resolver la situación de la mejor manera: el ladrón lejos y vos y tu mujer sanos y salvos en casa. Cualquier otra salida habría sido peor. No mataste a nadie, no hubo daños irreparables. Usaste la fuerza justa en el momento justo. Creo que en este caso, la ira te ayudó.
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Autor: Daniel Fresno
Bien por Martín. ¡¡¡Qué altura!!! Humildemente, gracias por la enseñanza.