¿Dónde ocurre la felicidad?

por Daniel Fresno

—Ustedes saben que una persona integrante de nuestra comunidad va a ser operada en estos día y necesita dadores de sangre —dije durante la clase de taichi chuan—. El viernes pasado Diego fue a donar sangre y me gustaría que nos cuentes cómo te sentiste después de hacerlo.

—Suelo donar sangre —dijo Diego—. Tengo la sensación de que mi cuerpo fabrica mucha sangre y donarla no representa un gran sacrificio. Me sentí como las otras veces, bien. Sentí una gran satisfacción por haber podido ayudar a alguien.

—¿Podría decirse que donar sangre ese día te hizo sentir feliz?

—Sí.

—Hace poco en las redes sociales un conocido contó que quería comprarse unas zapatillas nuevas que le gustaban mucho, pero que cuestan 50 mil pesos. una cifra absurda. Le escribí que por mis zapatillas pagué 2300 pesos y que aún las estaba usando. Entonces, él respondió: «Lo que pasa es que yo no quiero zapatillas; quiero ser feliz». Con cierta ironía estaba diciendo que al comprar esas zapatillas no estaba adquiriendo calzado; estaba comprando felicidad. De esta manera funciona el consumo compulsivo en la sociedad moderna. Y este modelo se basa en un gran malentendido: que la felicidad es un recurso que existe en el mundo exterior. Por lo tanto, si queremos felicidad, debemos salir a buscarla y extraerla de las personas y cosas que nos rodean. Si compro esto o aquello seré feliz. Si como esto o aquello seré feliz. Si estoy con esa persona obtendré de ella felicidad. Si las cosas ocurren de cierta manera, seré feliz.

Es normal buscar la felicidad, pero la estamos buscando en el lugar equivocado. La experiencia de Diego después de donar sangre, o la de Francisco, después de ayudar a salvar la vida de una persona en el subterráneo, son muy ilustrativas. Cuando dejamos de estar centrados en el ego, cuando dejamos de pensar en recibir, cuando actuamos como dadores, se genera dentro de nosotros una experincia de satisfacción y alegría muy especial. Es una experiencia duradera y plena. Además, en el acto de dar ganan todos. Al dar, los dos reciben. La persona que necesitaba sangre, recibe. Y Diego también recibe alegría y satisfacción. Si además, como en el caso de Diego, hay hijos de por medio, también ellos reciben un ejemplo muy potente e inspirador.

A esta altura es importante aclarar que para dar es necesario primero tener algo para dar. No se trata de inmolarse en el camino. No cualquiera puede dar sangre; previamente hay que desayunar, hay que tener cierta edad y ciertas condiciones de salud. Llevar a la práctica el amor y la compasión es una tarea para gente fuerte. También hace falta sabiduría para discernir si lo que vamos a hacer es realmente una ayuda o no. Muchas veces creemos que estamos ayudando, pero en realidad estamos haciendo otra cosa.

Las personas y las cosas no son yacimientos de los cuales extraemos felicidad. La generamos dentro de nosotros. Una de las maneras de poner en marcha el motor de felicidad es dando de manera incondicional. Mi maestro realiza trabajo voluntario en una fundación budista de caridad. Entre muchas otras tareas, a veces distribuyen ayuda material, como frazadas o útiles escolares. Los voluntarios, luego de entregar la ayuda a la persona interesada, juntan las manos a la altura del corazón y dicen «gracias». ¿Por qué el que brinda ayuda agradece? Porque al dar experimenta una profunda sensación de bienestar.

Gracias por escuchar.


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