Meditar a martillazos
por Daniel Fresno—
A los pocos minutos de iniciado el encuentro de meditación empezaron los martillazos. En la casa de al lado alguien estaba golpeando el cincel con una maza a un ritmo regular. Al terminar el encuentro dije:
—Está muy difundida la creencia de que para meditar son indispensables ciertos elementos: un almohadón especial, un cuenco tibetano, etc. También se cree que el sitio para meditar tiene que ser especial. Si uno googlea «meditación», aparecen imágenes de personas sentadas en lo alto de una montaña o a la orilla del mar o bajo un árbol, cerca de un arroyo. En todos los casos se sobreentiende que reina el silencio.
Todas estas creencias son inofensivas, a menos que nos lleven a la conclusión errada de que no se puede meditar si no se dan esas condiciones externas. La clave de la meditación está en las condiciones internas del practicante. No importa si no hay almohadón o si no hay silla. Se puede meditar de pie o caminando. No importa si no estamos en la montaña, o en un templo con estatuas de Buda, Se puede meditar lavando los platos en la cocina, en el transporte público o en la sala de espera del dentista. Lo mismo ocurre con el silencio. Es realmente más cómodo hacerlo en un sitio silencioso, pero las grandes destrezas no se adquieren en medio de la comodidad.
Los martillazos pueden ser muy útiles porque nos ayudan a desarrollar disciplina, paciencia y concentración. El ruido genera una situacíón incómoda y no deseada que puede impulsarnos a interrumpir la práctica hasta que se den condiciones más propicias. Es ahí cuando ponemos a prueba nuestra disciplina y continuamos con lo nuestro con la alegría de quien enfrenta la adversidad con una sonrisa.
El ruido también puede hacer crecer dentro de nosotros sentimientos de aversión. Tal vez sintamos frustración o enojo y aparezcan pensamientos del tipo: «¿Justo ahora que me siento a meditar se ponen a martillar?». Es ahí cuando ponemos a prueba nuestra paciencia y aceptamos la realidad de que la vida es cambiante e impredecible y que nada es para siempre. Las cosas agradables van a pasar y las cosas desagradables, incluídos los martillazos, también van a pasar.
Podemos ver el ruido como un enemigo que viene a arruinar nuestra experiencia meditativa y luchar contra él. O podemos verlo como una oportunidad para educar nuestra atención. Si aceptamos los martillazos y los abrazamos y los observamos en detalle como hacemos con la respiración podremos potenciar nuestra concentración.
Si además tomamos conciencia de que el ruido no es generado por alguien que busca perjudicarnos, sino por una persona que se está ganando el pan después de varios meses de cuarentena o alguien que trata de hacer mejoras en su casa, estaremos entrenando también nuestro amor y compasión.
Así que, no buscaremos el ruido, pero si viene tampoco lo vamos a combatir; trataremos de aprovecharlo para mejorar. Porque como dice el refrán: «Ningún mar calmo hizo experto al marinero».
Gracias por escuchar.
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Participé de esa clase, en la que el vecino desplegaba su fuerza. Logré controlar la incidencia de los golpes, que por momentos tomaban predominio y luego, los olvidaba. Crei que en algún momento te ibas a acercar a la cámara a suspender la clase. Pero entendí que esos golpes formaban parte, involuntaria como contexto, de nuestro aprendizaje. Hermoso dia para todes.