Para la libertad
por Daniel Fresno—
Estoy viajando en colectivo. Por la ventanilla se ve el parque, poblado de gente que hace diferentes actividades físicas. Desde el asiento de atrás me llega el diálogo de dos hombres de mediana edad.
—Mirá a esos idiotas corriendo y transpirando —dice uno— Creen que haciendo eso van a ser inmortales.
—Hagas lo que hagas, la muerte nos llega a todos —confirma el otro.
La conversación de estos pasajeros encierra una verdad enorme: todos vamos a morir y no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
Entonces ¿para qué sirve hacer ejercicio, comer y beber sanamente, descansar 8 horas, meditar y educar la mente?
Cuando elegimos hacer taichi chuan o cuidar nuestra alimentación, no estamos asegurándonos la inmortalidad. Tal vez, si tenemos mucha suerte, podamos vivir algunos años más, pero en esto tampoco hay garantías.
Cuando elegimos entre un estilo de vida saludable y uno tóxico, estamos decidiendo cómo queremos vivir nuestros últimos días.
No se trata de cuántos años vamos a vivir, sino de cómo queremos vivirlos y cómo queremos llegar al final. Es una cuestión de calidad, no de cantidad.
La pregunta a hacerse sería: ¿Cómo quiero que sea mi vida de aquí en adelante? ¿Quiero mantenerme activo, haciendo lo que amo hasta el último día o quiero llegar postrado por una prolongada enfermedad generada por el sedentarismo, la mala alimentación y el estrés? ¿Quiero una mente lúcida y ser capaz de reconocer a mis seres queridos? ¿Quiero llegar entero o con varios órganos menos que fui perdiendo en distintas cirugías? ¿Quiero ser capaz de caminar y de ir al baño por mi cuenta?
Hay un cuento que habla sobre esto:
Después de muchos años de práctica y docencia, el maestro siente que ya cumplió su misión y toma la decisión de desencarnar. Llama a sus discípulos para despedirse. Muy apenados, los discípulos le ruegan que no se vaya, porque aún tienen mucho que aprender. Le piden que por favor siga enseñando por algunos años más. El maestro acepta y continúa con sus enseñanzas, sin perder la vitalidad ni el buen humor. Varios años más tarde, viendo que su escuela se encuentra encaminada y el nivel de sus discípulos es aceptable, decide que ha llegado su hora. Esa noche se sienta a meditar y así se va de este mundo.
Practicamos para la libertad, para poder elegir, como el maestro del cuento. Para tener la libertad cumplir con nuestra misión en la vida, en pleno uso de las capacidades físicas y mentales y elegir el momento de la partida. Esa es una buena vida, esa es una buena muerte.
Gracias por leer.
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