Sed de venganza
por Daniel Fresno—
Estábamos luchando en el parque y un señor acompañado por su perro nos miraba.
Al terminar la práctica, se acercó y preguntó qué estábamos haciendo. La charla empezó girando alrededor de la utilidad de las artes marciales en la defensa personal y muy pronto llegamos al tema que realmente le preocupaba.
—Yo hace unos meses viví una situación muy desagradable —dijo—. Estaba paseando con mi nieto en brazos por un lugar público y me vi envuelto en una discusión con un tipo que me agredió, provocó e insultó. Fue una situación muy vergonzosa porque tenía ganas de romperle la cara pero, como tenía a mi nieto en brazos, no pude hacer nada y tuve que irme con toda la bronca encima.
El tipo promediaba los cincuenta, medía un metro noventa y tenía una estructura ósea sólida y robusta. Por su lenguaje corporal y verbal parecía ser alguien acostumbrado a imponer su punto de vista y este episodio que relataba debió haberlo vivido como algo sumamente humillante.
—Por lo que cuenta, creo que resolvió la situación de la mejor manera —le dije—. El otro se mostró violento, pero sólo en el plano de las palabras. No hubo violencia física, de manera que su integridad y la de su nieto no estuvieron en riesgo. El haber regresado a casa los dos sanos y salvos es una verdadera victoria. Sin duda, usted es el ganador.
—Yo conozco gente —continuó—. Puedo contratar dos sicarios que le den una paliza a ese tipo y lo dejen con todos los huesos rotos. No saldría del hospital por varios meses.
—Aproveche este consejo de un desconocido —le dije—. No haga eso. Lo antes que pueda libérese de ese deseo de venganza. Ese odio que tiene adentro lo está envenenando. La gente cree que al vengarse está realizando algún tipo de justicia. Uno cree que al retribuir un daño con otro daño se equilibran las cosas y ahí termina todo, pero no es así. En las películas el héroe, después de sufrir mucho, se venga del malo y se va satisfecho, mientras caen los créditos. Pero en la vida real las cosas son diferentes e impredecibles. Usted no sabe, tal vez los sicarios se exceden y el tipo termina muerto, no sabe si los sicarios van a extorsionarlo, no sabe si el otro le va a meter una demanda penal, no sabe si va a terminar preso por agresiones, no sabe cuánto va a gastar en abogados para evitar la cárcel.
Por otro lado, si usted pone en marcha una venganza como la que imagina ¿cree que la paliza la va a sufrir únicamente su «enemigo»? No, la va a sufrir también usted. Va a cargar con un pesado remordimiento que lo va a acosar de noche y de día. ¿Piensa que va a poder dormir en paz después de algo así? Yo creo que no.
¿Qué cree que preferiría su nieto? ¿Un abuelo que lo acompañe en su crecimiento o uno envenenado por el resentimiento, la culpa y el deseo de venganza o peor, un abuelo preso? Piénselo bien. Como le decía antes, mi consejo es que deje de beber el veneno del rencor y siga adelante con su vida.
Pasaron cuatro años de esta charla. Me pregunto qué camino habrá tomado ese señor.
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