Disfrutar el viaje
-¿Por qué vienen a practicar taichi chuan? -pregunté a los alumnos-. ¿Qué buscan obtener en este espacio?
-Antes de que respondan voy a contarles por qué empecé yo. Cuando tenía entre 8 y 10 años vi en la tele un capítulo de Los Vengadores en el que la Sra. Peel se defendía de un agresor usando técnicas de artes marciales asiáticas. Ver eso fue como reencontrar algo que alguna vez tuve y que perdí. «Eso yo lo conozco», pensé. Y desde entonces empecé a buscar e investigar sobre las artes marciales asiáticas. Leía libros, veía películas y buscaba escuelas donde aprender. Estudié karate y luego diferentes estilos de wu shu. Tuve algunos buenos profesores hasta que encontré a mi maestro.
-Yo había leído muchos libros y tenía la cabeza llena de leyendas e ideas acerca de qué era el taichi chuan, el bagua zhang, el chi kung y todo lo demás. Tenía la convicción de que si lograba apropiarme de todo eso, iba a ser muy feliz. El objeto de mi felicidad estaba ahí afuera y yo quería conseguirlo y controlarlo. Y fui hacia mi maestro con la intención de que él me diera ese «producto».
-Durante varios años tiempo estuve comparando lo que me enseñaba mi maestro con lo que había visto, leído e imaginado y creía que era el objeto de mi felicidad. De esta manera perdí mucho tiempo, porque no podía conectarme con el aquí y ahora de la práctica y eso me impedía progresar. Recién cuando logré deshacerme de aquellas fantasías y aceptar lo que mi maestro me estaba dando, puede empezar a avanzar en el aprendizaje.
-José Larralde dice en una canción: «es más fácil enseñar a enseñar,
que enseñar a aprender». Con el tiempo descubrí que lo más importante que me enseñó mi maestro fue a aprender. Me dio algo más valioso que las formas, las técnicas y los ejercicios: una poderosa herramienta de auto-conocimiento, un vehículo que me permite recorrer mis territorios internos y descubrir sin límites. Pero este tesoro pude recibirlo cuando dejé de pedir y empecé a aceptar.
-Yo vi gente haciendo taichi en Palermo y me dieron ganas de aprender -dijo Haruko-. Vine aquí porque me queda más cerca. Siento que me hace bien al cuerpo y a la mente. También me hace bien a nivel espiritual todo lo que usted dice durante las clases.
-Lo más valioso que encontré acá es la conexión con el cuerpo y con la energía -dijo Silvina-. El resto de mi vida es muy mental y hacer esto cotidianamente me ayuda a lograr un equilibrio.
-Una de las cosas que más me gusta del taichi es la experiencia estética -dijo María Emilia-. Yo empecé a practicar con el maestro Chao en Barrancas de Belgrano en 1994. Me gustaba porque, a diferencia de otras experiencias en taichi, tenía un componente físico muy consistente. Luego recorrí otras escuelas y cuando viví en Alemania también practiqué allá. Al regresar, cuando supe que estabas en el parque y que eras discípulo de Chao, vine sin dudar.
-A mí me hace bien venir a las clases porque aquí encuentro seguridad -dijo Roxana-. Además, el grupo me estimula para practicar. Estos meses que estuve en Suiza me costó ponerme a practicar sola. Siento que la energía del grupo es muy inspiradora y tiene mucho que ver con mi naturaleza más profunda.
-Gracias por compartir -dije-. Hace poco una persona me preguntó cuánto tiempo le llevaría lograr mi permiso para enseñar bagua zhang. Por lo visto ninguno de ustedes viene en busca de un «título habilitante» o un diploma para colgar en la pared. Me alegro, porque nuestro criterio pedagógico es diferente al de una carrera profesional, en la que se aprueban materias y luego de unos años, se obtiene un título.
-Quiero ser claro: es bueno que el practicante tenga objetivos, por ejemplo aprender taichi chuan u otra disciplina, y que trabaje para alcanzar ese objetivo. También es importante elegir un buen maestro, que es como elegir el camino que vamos a seguir para llegar a la meta. Pero una vez elegido el camino, es fundamental «olvidarse» de la meta y enfocarse en el aquí y ahora. ¿Alguna vez viajaron al lado de alguien que constantemente pregunta «¿falta mucho? ¿cuánto falta?». Con esa actitud se pierde tiempo, no se aprende en profundidad y lo que es peor, no se disfruta el viaje.
-Hace poco mi maestro usaba la metáfora de la escalera. Imaginemos que uno quiere llegar a la cima de la montaña. Si en lugar de enfocarnos en el peldaño que estamos pisando, nos la pasamos mirando la cima y quejándonos de lo mucho que falta para llegar, es probable que pisemos mal, caigamos y retrocedamos en lugar de avanzar.
-La buena práctica es como ahorrar en una alcancía en un contexto de estabilidad monetaria. Cada día que practicamos con disciplina, paciencia y concentración, estaremos poniendo un billete en la alcancía. Al cabo de muchos años de práctica habremos acumulado bastante dinero. Practicar sin aceptar y sin enfocarnos en el aquí y ahora es como poner papeles de colores dentro de la alcancía. Creemos que estamos ahorrando, pero cuando abrimos la alcancia, descubrimos que no hay nada de valor.
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Autor: Daniel Fresno