¿Dónde empieza la corrupción?
por Daniel Fresno—
—Hoy nos encontramos via internet porque las autoridades prohibieron la actividad física grupal al aire libre —dije durante la clase del domingo—. Pensamos que esta prohibición no es correcta. Creemos que la actividad física al aire libre ayuda a fortalecer la salud y eso es valioso siempre, pero más en tiempos de pandemia. Creemos también que la actividad grupal al aire libre es segura si se respetan los protocolos: limpiar las manos con alcohol, usar barbijo, mantener distancia y evitar usar el transporte público. Pero a pesar de considerarla incorrecta elegimos respetar esta norma. ¿Por qué?
No es por temor a las sanciones. Lo hacemos por razones que vamos a explicar, pero antes quiero contarles la historia de una persona que conocí a través de las redes sociales. Un señor vivía en la ciudad de Buenos Aires y que con frecuencia se quejaba de la delincuencia. Sostenía que los delincuentes contaban con absoluta libertad y que las autoridades no hacían nada para combatirlos. Al mismo tiempo exigía que se suspendan los derechos constitucionales de los delincuentes y que los castigos fueran más severos, incluso pedía la pena de muerte.
Un día este señor reveló que, cansado de tanta delincuencia, había decidido mudarse a Villa General Belgrano, en Córdoba. Argumentaba que en esa localidad, fundada por alemanes, seguramente se respetaba la ley y estaba libre del flagelo de «la inseguridad». Ya instalado en su nuevo destino volvió a las redes para contar un altercado que mantuvo con un agente de tránsito. Había salido de compras y dejó su auto mal estacionado. Al volver del mercado vio que un agente de tránsito le estaba haciendo la boleta. En su relato este señor se burló del agente, a quien descalificó con soberbia. También argumentó que su falta no era tan grave y que las autoridades deberían ocuparse de perseguir a otros, no a él. Por último, no reconocía la autoridad del agente de tránsito para imponerle sanciones.
En resumen, el señor que se quejaba de los que viven fuera de la ley, violó la ley. El que pedía castigos más duros, no aceptó ser sancionado. El que exigía a las autoridades que actúen, no respetó a la autoridad.
Esta historia ilustra la relación ambivalente que tenemos con las leyes. En general las normas y las leyes son límites creados para proteger a los más vulnerables. Cuando no hay leyes ni normas, rige la ley del más fuerte o poderoso. Por eso, cuando nos sentimos vulnerables, buscamos el amparo de la ley y exigimos que los demás la respeten. Pero cuando nos sentimos fuertes y vamos en busca de lo que deseamos, sentimos que a veces las leyes nos limitan y creemos tener buenos motivos para violarlas. Incluso elaboramos curiosos razonamientos para justificar nuestra transgresión. En general creemos que las leyes están para que las respeten los demás. Esa actitud nos está llevando al borde del abismo.
El respeto a la ley es fundamental para el funcionamiento de la sociedad. Cuando la desobediencia a la ley es generalizada, se impone la ley del más fuerte o poderoso. Cuando se normaliza el desprecio por la ley, el otro deja de ser un semejante y se convierte en una amenaza. En nuestro país este es un problema serio que impide el progreso y la armonía social. Justificamos nuestra desobediencia a las normas con el argumento de que los demás también lo hacen y de esta manera perpetuamos el circulo vicioso. Es necesario poner fin a este hábito y, como practicantes de artes marciales chinas, podemos encontrar inspiración en Confucio.
¿Invasión alienígena?
Todos estamos preocupados por la corrupción. Sospechamos de la honestidad de los funcionarios públicos y es muy probable que algunos sean corruptos. Pero todos ellos salieron de nuestra sociedad; no son alienígenas que vinieron del espacio exterior a colonizarnos. Es muy tranquilizador pensar que las cosas andan mal por culpa de los políticos, que son todos malos, mientras que nosotros somos todos ciudadanos ejemplares, pero nos estaríamos engañando. Afortunadamente podemos elegir a nuestros representantes en elecciones democráticas y los dirigentes que hoy tenemos, con sus virtudes y defectos, son reflejo de los valores de nuestra sociedad.
Envidiamos al que, para sacar ventaja, viola las normas y evade el castigo y llamamos a eso «viveza criolla». Usamos el término «transgresor» como un elogio y cada vez que transgredimos una ley inventamos cualquier argumento para justificamos. La corrupción comienza cuando elegimos violar la norma, no importa el lugar que ocupamos en la sociedad. Al hacerlo estamos nutriendo la semilla de la corrupción y ese será el fruto que cosecharemos.
Todos nuestros actos tienen un impacto. Lo que hicimos en el pasado nos trajo hasta aquí. Si estamos satisfechos con la situación actual, sigamos haciendo lo mismo. Si por el contrario queremos construir un futuro diferente nos conviene empezar respetando las normas ahora y realizando actos virtuosos ahora. Si queremos dirigentes diferentes tenemos que cambiar los valores predominantes en la sociedad, a través de actos concretos. No pontificando, no exigiéndole a los demás que cambien, sino dando el ejemplo.
Ser respetuosos de la ley tiene una ventaja adicional. Al hacerlo estaremos acumulando un capital simbólico inmenso que será indispensable el día que sea necesario oponerse a una ley injusta. Si seguimos naturalizando la transgresión de las normas no tendremos autoridad moral ni confianza para rebelarnos ante una tiranía.
Gracias `por escuchar.
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