El Efecto Dominojo
por Daniel Fresno—
Mi maestro siempre dice que es importante generar buena afinidad con todo el mundo, especialmente con las personas con las que tenemos algún conflicto. Hace poco tuve oportunidad de poner en práctica su enseñanza.
Fue un sábado durante la clase de chi kung – movimiento. A nuestra derecha había dos personas haciendo gimnasia acompañadas por un perro. El animal estaba atado y cada tanto ladraba a la gente que pasaba. Más a la derecha, ya sobre la vereda, estaban los puestos de la feria que se despliega todos los fines de semana alrededor del parque.
De pronto el espacio sonoro fue invadido por un ruido ensordecedor. Desde uno de los puestos de la feria una radio sonaba a todo volúmen. Imaginé que el puestero estaba mostrando a un potencial cliente lo fuerte que puede sonar su radio. También imaginé que en pocos segundos iba a apagarla. Pero no, el ruido siguió y era muy difícil filtrarlo. Entonces, fui a hablar con el dueño de la radio:
—Por favor ¿podría bajar el volúmen de la radio? —dije—. Está tan fuerte que no puedo escuchar lo que dicen las personas que están a mi lado.
Fue ahí que el puestero desplegó todo su malestar. Empezó diciendo que el perro de los gimnastas lo estaba molestando con sus ladridos y que por eso decidió poner la radio a todo volúmen y resumió su filosofía con esta frase: «Si a mí me joden, yo jodo a los demás». Pero el puestero siguio quejándose. No era solo el perro; casi todo el mundo le había hecho algo malo, incluso nosotros cuando barremos el sitio de práctica. «Ustedes barren y todo el polvo viene hacia mí».
Escuché atentamente y sin interrumpir. Cuando terminó de enumerar todo lo malo que le hacen los demás, apagó la radio. Junté las palmas a la altura del corazón y lo saludé inclinando la cabeza.
—Gracias. Muchas gracias —dije y volví a la clase de chi kung
La situación era complicada y el puestero podía haber reaccionado de muchas maneras negativas ante mi pedido. Sin embargo, respondió de manera aceptable. Por eso al terminar la clase fui a comprar media docena de facturas y se las regalé.
—Y esto…? —preguntó sin animarse a tomar el regalo.
—Es un pequeño gesto de gratitud por su buena voluntad de bajar el volúmen de la radio cuando se lo pedí.
Dicho esto, el puestero aceptó las facturas y intentó disculparse por su ruidosa conducta, Sentí una profunda satisfacción por haber logrado desactivar la bomba. Mi intención era hacer que bajara el volúmen de la radio, pero no a cualquier precio. Quería además generar un buen vínculo a partir de esa experiencia.
Un arraigado mandato
Ahora vayamos hacia atrás y veamos en detalle lo ocurrido. El perro ladró y esto hizo brotar la semilla de la ira en la mente del puestero. Guiado por el enojo, encendió la radio a todo volúmen, como una manera de devolverle al mundo lo mismo que él había recibido: un ruido irritante.
Visto desde afuera, la conducta del puestero puede parecer irracional, pero es lo que hacemos muchos de nosotros en la vida cotidiana. Algo ocurre en la calle o en el trabajo que nos provoca malestar. Alguien dice o hace algo; algo no sale como queríamos y eso nos genera enojo y al llegar a casa descargamos ese enojo sobre la familia. Llamamos a esto efecto dominojo, pues se produce un efecto dominó a través del cual el enojo se va contagiando y potenciando de unos a otros. Lo que había empezado como una colilla de cigarrillo encendida pronto se transforma en un incendio forestal..
Cuando hacemos esto estamos obedeciendo un arraigado mandato social: «La bronca hay que sacarla afuera». Hoy el planeta está ardiendo en el fuego del odio y la violencia porque millones de personas siguen al pie de la letra este precepto. Vivimos tiempos de deconstrucciones y sería saludable revisar y cuestionar esta conducta normalizada que provoca tanto dolor y muerte. ¿Querés rebelarte contra el sistema y sus mandatos? Podés empezar con la ira.
¿Qué hacer?
Hablábamos de esto en una clase chi kung-conciencia y el alumno preguntó: «¿Entonces hay que guardarse el enojo y dejar que explote adentro?». Esta tampoco es una buena opción. Tragarse la ira provoca enfermedad y suicidios. En algunas sociedades asiáticas, donde se enseña a la gente a reprimir sus emociones, la tasa de suicidios es muy alta. Volcar la ira hacia afuera es tan dañino como guardarla adentro. En ambos casos solo logramos multiplicar el sufrimiento.
¿Cual es entonces la solución? La energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. La ira es una forma de energía mental y no se trata de reprimirla o eliminarla; es imposible hacerlo. Se trata de transformarla en una energía positiva y creativa, de la misma manera que la basura se transforma en abono. Esa alquimia interior nos enseña a detener el contagio de la ira y a transformar su potente energía en una oportunidad para aprender y generar vínculos positivos con nosotros y con los demás..
Gracias por leer.
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