Tomar las riendas

por Daniel Fresno

—Hace varios años con mi esposa adoptamos una perra — dije durante la clase de taichi chuan — . Suponemos que antes de llegar a nuestra casa pasó hambre porque, a pesar de que la alimentamos bien, cada vez que sale a la calle busca comida. Si huele algo comestible a la distancia, sale corriendo a buscarlo y cruza calles sin mirar.

Algo parecido ocurre cuando se encuentra con ciertos perros con los que no tiene buena afinidad. Si no fuera por la correa, saldría corriendo a pelear. Hace un par de años estaba con ella en el jardín y por la vereda de enfrente pasó un perro de esos que despiertan su furia. Ella atravesó una reja (yo no sabía que podía hacerlo) y cruzó la calle como un rayo, pero un auto la golpeó y ahí terminó su aventura. Sufrió varias heridas y un hueso roto, pero se curó y ya está bien.

Ella actúa bajo el efecto de impulsos intensos. A veces va en busca de lo que le gusta (la comida), otras veces va en busca de lo que no le gusta (sus enemigos). En ambos casos, se lanza a la carrera, enceguecida y sin medir las consecuencias.

A los humanos nos pasa algo parecido. Actuamos bajo los efectos de emociones intensas, pero a diferencia de mi perra, somos capaces de pensar. Somos seres emocionales que a veces razonamos. Cuando actuamos bajo los efectos de alguna emoción intensa, solemos usar la razón para justificarnos. Muchas veces, ponemos la responsabilidad de nuestra conducta en algo externo a nosotros, en otra persona o en otra cosa. Si mi perra pudiera pensar y hablar, y yo le preguntara por qué va corriendo a pelear con otro perro, ella me diría: «¿Y qué querés? ¿Vos viste cómo me miró?» o «¿Vos viste lo que me dijo? No podía dejársela pasar».

A veces depositamos la responsabilidad de nuestra felicidad en un objeto externo. Como mi perra, los humanos somos capaces de seguir comiendo a pesar de haber comido lo suficiente. Lo justificamos con razonamientos tipo: «Como mucho chocolate porque tuve un día muy difícil y necesito mimarme un poco». Me siento mal y creo que encontraré el consuelo en algo externo a mi, en este caso, el chocolate.

Algunas personas compran autos caros. «Comprando ese auto de alta gama voy mejorar mi auto-estima y voy a lograr que mis familiares y compañeros de trabajo me respeten, porque siento que no estoy recibiendo el respeto que merezco», piensa el comprador. Cree que eso que está afuera, el auto, cubrirá su carencia. Pero al poco tiempo de comprarlo descubrirá que no obtuvo lo que esperaba y empezará a buscar auto-estima y respeto en otro objeto.

Otras veces depositamos la responsabilidad en otra persona. Conocí a un tipo que tenía serios problemas de confianza en sí mismo y actuaba con agresividad. En la calle siempre se cruzaba con gente que «lo provocaba» o que lo trataba de mala manera. Era incapaz de registrar su propia agresividad y se la adjudicaba a otros. Una voz interior le decía: «¿Vas a dejar que te diga eso?» o «¿Vas a permitir que te mire de esa manera sin reaccionar?». El violador cree que la mujer lo provocó y argumenta: «¿Y qué querés? Mirá cómo iba vestida. Mirá cómo me puso».

Lo cierto es que nuestra mente es un campo fértil donde hay todo tipo de semillas emocionales: amor, compasión, paciencia, odio, envidia, celos, etc. Es muy importante identificar esas semillas y elegir cuáles vamos a regar y nutrir para que prosperen y cuáles vamos a vigilar para que no crezcan demasiado. Recordemos que las emociones son las que determinan nuestro lenguaje y comportamiento. Somos responsables de nuestras emociones y de nuestras acciones.

En esta tarea de conocer las propias emociones la concentración es la principal aliada. Nuestra práctica nos da buenas herramientas. Cuando meditamos o hacemos chi kung o zhan zhuang y enfocamos la atención en la respiración, somos concientes de cómo la inspiración nace, se desarrolla y luego se va agotando para dar lugar a la espiración, que también nace, se desarrolla y finalmente se agota. Este entrenamiento nos permitirá estar atentos a cómo las emociones van naciendo y creciendo dentro de nosotros hasta tomar el control. Cuanto más desconectados estemos de nuestro mundo emocional, más poder tendrán las emociones sobre nuestra vida.

No buscamos dejar de sentir, no queremos anestesiarnos o extirpar las emociones. Las emociones son como un poderoso caballo. La práctica nos ayuda a conocerlas, a dialogar con ellas, entender sus razones y a montarnos sobre ellas, pero siendo nosotros los que llevamos las riendas.

Gracias por escuchar.

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