Líderes de nosotros mismos

por Daniel Fresno

En el encuentro anterior recitamos el mantra pensando en los líderes. En todos ellos, en los líderes del gobierno, en los líderes opositores, en los líderes religiosos, en los líderes de opinión, en los líderes artísticos. Recitamos el mantra con el deseo de que los líderes tengan fuerza, amor y sabiduría para enfrentar los desafíos del presente.

La responsabilidad del líder es grande. Sus palabras y sus actos tienen un impacto enorme sobre la vida de la gente. Hace poco el presidente de EEUU dijo públicamente que la Covid-19 podía prevenirse o curarse bebiendo desinfectante. A los pocos días se registraron centenares de casos de personas intoxicadas por beber lavandina y otros productos de limpieza.

El vínculo que se establece entre el líder y la gente se basa en la confianza. Confiamos en un líder que levanta principios o puntos de vista con los que tenemos afinidad. Es grave cuando los líderes defraudan la confianza de la gente porque eso conduce a la «anti-política» y al descrédito de las instituciones.

¿Qué hace que perdamos la confianza en un líder? La falta de coherencia entre su palabra y sus actos. Imaginen un dirigente que pregona la transparencia y el respeto a las leyes, pero que tiene cuentas secretas en paraísos fiscales para evadir impuestos. Hace unos años fui a la presentación de un libro sobre el cambio climático. Cuando terminó salí a caminar junto a dos asistentes al evento. Uno de ellos hablaba con mucha seguridad sobre la responsabilidad de las grandes corporaciones en la contaminación ambiental Y mientras hablaba sacó un caramelo del bolsillo, lo peló, se lo metió en la boca y tiró el envoltorio al suelo, a pesar de que había varios cestos de basura disponibles.

Esta falta de coherencia entre palabra y acción es la que destruye los liderazgos. El jefe puede estar dirigiendo por varias razones. Por algún privilegio social -es el dueño o tiene mucho poder o es hijo del dueño- o porque los demás le tienen miedo. Pero el líder dirige porque inspira confianza y si sus acciones no coinciden con los principios que proclama, la confianza se disuelve. Las organizaciones y la comunidades funcionan mejor con líderes que con jefes.

Naturalmente nos resulta más fácil ver en los demás la incoherencia entre palabra y acción. Señalar «hipócritas» y «mentirosos» parece ser un deporte nacional. En cambio, es muy difícil reconocer en nosostros esas conductas. Pero muchas veces quien dice una cosa pero hace otra está actuando de manera inconciente, bajo la influencia de algún hábito muy arraigado. Como aquel ecologista que acusaba a las grandes corporaciones de ensuciar el planeta, pero tiraba el papelito de su caramelo al suelo. Estoy seguro que lo hizo por costumbre, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.

Lo mismo nos pasa a nosotros y lo descubrimos durante la práctica. Escuchamos las indicaciones del maestro sobre cómo hay que mover tal y cual parte del cuerpo. Nuestra mente comprende y acepta las indicaciones, pero nos cuesta mucho lograr que el cuerpo las lleve a cabo con precisión. A veces a los alumnos nuevos de taichi chuan les digo que pongan los pies paralelos apuntando hacia adelante. Es una consigna simple, pero a muchos les cuesta bastante cumplirla. Le digo al alumno que adopte la posición de pies paralelos, le pregunto cuáles son las características de la postura y me dice: «los pies deben estar paralelos apuntando hacia adelante». Le pido que mire sus pies y ahí el alumno descubre que los tiene de cualquier manera menos paralelos.

Durante la práctica descubrimos la enorme distancia que hay entre saber algo y llevarlo a la práctica. La herramienta que usamos para que la mente y el cuerpo se pongan de acuerdo es la concentración. Enfocando nuestra atención en lo que estamos pensando, diciendo y haciendo lograremos construir esa deseada coherencia entre palabra y acción. Es decir, lograremos convertirnos en líderes de nosotros mismos. Antes de juzgar a los dirigentes o intentar dirigir a otros conviene que nos preguntemos ¿soy capaz yo de dirigirme a mí mismo? ¿Al hablar soy capaz de decir lo que debo decir o simplemente hablo por reflejo siguiendo algún hábito mental? ¿Soy yo quien decide lo que hago en cada circunstancia o son los medios de comunicación, mi familia, mis hormonas o las tradiciones quienes deciden?

¿Cuales son mis ideas y principios? ¿Mis acciones están en sintonía con las ideas que declaro? Si no lo están habrá que revisarlas y hacer los ajustes necesarios. Tal vez mis ideas no sean realistas. Tal vez me falte disciplina para actuar de acuerdo a mis principios. Sea como sea, es necesario volver a unir mente y cuerpo, palabra y acción. Esta fractura interna entre el mundo de las ideas y el de la práctica es una grieta por la que se escapa la energía vital y la paz interior.

Convertirnos en líderes de nosotros mismos y unir todas nuestras partes es el primer paso en el camino hacia una vida mejor. Y es también el primer paso para cambiar el mundo en un sentido positivo. Las personas que encarnan sus principios se convierten en líderes naturales. El mundo necesita más de esos líderes. Personas que actúen cotidianamente los valores que pregonan. Personas que inspiren a otros a hacer lo mismo.

Gracias por escuchar.