Un sabio taoísta en el Alto Perú
por Daniel Fresno —
—En pocos días se cumplirán 200 años de la muerte de Manuel Belgrano —dije durante la clase del jueves—. Lo menciono porque su vida tiene mucho que ver con nuestra práctica. El padre de Belgrano era un comerciante italiano que se instaló en el Río de la Plata, donde hizo una gran fortuna en poco tiempo. El plan que tenía para Manuel era que estudiara en España y luego regresara a hacerse cargo del negocio familiar.
Egresado del Colegio de San Carlos, Belgrano viajó para estudiar en las mejores universidades españolas: Oviedo, Valladolid y Salamanca. Se formó en derecho y economía y se recibió con medalla de oro. Era una de las mentes más brillantes del mundo hispanoparlante de la época y su sed de conocimiento lo impulsó a enviarle una carta al Papa pidiendo permiso para leer los libros prohibidos por la Inquisición. Impresionado por sus antecedentes académicos, Pio VI accedió. Así nuestro héroe pudo leer a los grandes filósofos y economistas cuyas ideas estaban transformando la sociedad occidental de ese momento.
Disciplina y concentración
Quisiera detenerme en esta etapa de su vida. Manuel Belgano hizo grandes proezas, y tal vez la primera gran obra fue la que hizo consigo mismo, al desplegar todo su potencial, transformándose en una figura destacada en el ambiente académico y político con apenas 23 años. Esa es una etapa en la que los jóvenes suelen pensar en cualquier cosa. Imaginen la intensidad de la voluntad de Belgrano, la disciplina y la concentración que habrá invertido para llegar a donde llegó.
Algunos dirán: «Claro, lo que pasa es que Belgrano era un tipo especial». Pero quisiera destacar que él no tenía poderes especiales. Contaba con las mismas herramientas que nosotros: dos piernas, dos brazos, y un cerebro. Otros dirán: «Claro, pero contaba con el respaldo económico de su familia». En ese tiempo Europa estaba llena de estudiantes hijos de comerciantes ricos de las colonias americanas. La clave está en la manera en que Manuel aprovechó esos recursos.
En algún momento de su juventud, seguramente mientras leía aquellos libros prohibidos, Belgrano descubrió su misión: llevar la Revolución y sus valores a América. Y en el cumplimiento de esa misión fue superando todos los límites con los que se encontró. En su etapa de estudiante enfrentó y superó todas las trabas que le impedían acceder al conocimiento.
Luego regresó a su tierra natal con un cargo vitalicio en el Consulado. Esto significa que tenía asegurado un excelente salario por el resto de su vida. Muchos jóvenes se hubieran conformado con eso, pero Belgrano no dudó en renunciar a una vida cómoda y privilegiada por cumplir su misión. Cuando vio que la única manera de seguir avanzando era tomar las armas, estudió las artes de la guerra. Belgrano era libre y no se dejó atrapar por ninguna identidad. Cuando los ingleses invadieron Buenos Aires él no dijo: «No, yo soy abogado. No puedo participar en la defensa de la ciudad porque lo mio son las leyes». Y así emprendió una carrera militar que marcó hitos fundamentales para el destino de la independencia americana.
Un sabio taoísta en el Alto Perú
Belgrano se hizo cargo en 1812 de un Ejército del Norte derrotado, sin recursos ni esperanzas. La llegada de los españoles desde el norte era inminente. Jujuy era un centro comercial importante y los realistas llegarían allí para saciar su hambre y recuperar fuerzas. Belgrano sabía que no estaba en condiciones de presentar batalla, pero tampoco podía dejar que el invasor se hiciera fuerte en Jujuy. Por eso ordenó a la comunidad retirarse hasta Tucumán y quemar todo para que el enemigo no tuviera nada que comer.
Dudo que Belgrano haya leído «El arte de la guerra», pero su estrategia está inspirada en el principio taoísta de «vencer al enemigo sin presentar batalla». El éxodo jujeño implicó un enorme sacrificio para el pueblo e hizo falta mucha firmeza para llevarlo a cabo. Solo alguien disciplinado como Belgrano era capaz de transmitir disciplina a los demás.
Amor y coraje en la Batalla de Tucumán
La orden del gobierno central era retroceder hasta Córdoba, pero al llegar a Tucumán los locales pidieron a Belgrano que no se fuera y que defiendiera el territorio del inminente ataque realista. El revolucionario desobedeció la orden de retirada y se preparó para dar batalla a un ejército que lo duplicaba en número. Si el exodo jujeño fue una expresión de sabiduría, la batalla de Tucuman fue un acto de entrega amorosa. Podría haber obedecido la orden de sus superiores y evitar una derrota segura, protegiendo así su carrera militar. Una mente especulativa que solo piensa en las ganancias, jamás hubiera ido a la batalla en Tucumán. Tal vez por eso obtuvo la victoria.
Compasión en la Batalla de Salta.
Luego del triunfo de Tucumán. vino el de Salta. Muchas personas abrazan la carrera militar porque disfrutan de la violencia y ven la guerra como el estado natural del ser humano. Belgrano en cambio fue a la guerra porque entendió que ese era el único camino para lograr su misión. No era un adicto a la guerra y buscaba terminar con ella porque su proyecto político y económico solo podía prosperar en tiempos de paz. Por eso, al lograr la victoria en Salta, perdonó la vida de los prisioneros y los liberó luego de hacerles jurar que nunca iban a tomar las armas contra los patriotas. Belgrano recibió muchas críticas por este acto, pero su compasión era más fuerte que su necesidad de aprobación.
Salir de la jaula de oro del ego
En encuentros anteriores hablamos sobre la importancia de no quedar atrapados en nuestras identidades. Belgrano no estaba atado a ninguna identidad y en cada circunstancia hizo lo que era necesario para cumplir su misión. Cuando hubo que ser firme, impuso disciplina. Cuando hubo que desobedecer, lo hizo. Cuando hizo falta coraje, lo tuvo. Cuando hubo que perdonar, fue compasivo.
Cuando digo que Belgrano no se detuvo ante ningún límite no estoy diciendo que hacía lo que se le antojaba. Los límites que desafiaba eran internos, entre ellos el más tramposo de todos: el ego. No buscaba riqueza material, ni placeres sensoriales, ni prestigio, ni elogios y todo lo que hacía apuntaba a cumplir su misión. Una vez dijo: «Mucho me falta para ser un verdadero padre de la patria. Me contentaría con ser un buen hijo de ella».
Los invito a buscar inspiración en Belgrano.
Gracias por escuchar.
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