Tender puentes

Hace pocos días escribí un texto breve sobre «los otros«. Nuestra sociedad está dividida en bandos irreconciliables desde hace mucho, pero esa división se acentuó a partir de 2008. El texto buscaba aliviar la polarización generada después de las últimas elecciones y dice así:

Ellos, “los otros”, no son tan diferentes a vos. Les angustia pensar en cómo va a evolucionar la crisis, igual que a vos. Quieren cosas buenas para sus hijos, igual que vos. Al terminar el día desean volver a casa sanos y salvos, igual que vos. Les duele cuando una ilusión se deshace, igual que a vos. Cuando están enojados, a veces dicen barbaridades, igual que vos. La inmensa mayoría de ellos no tiene ningún poder para cambiar el rumbo de la economía o la política, igual que vos.
La gran diferencia es que ellos ven la realidad a través de unos lentes diferentes a los tuyos y en las elecciones votaron a otro candidato.
Ya sé que ellos y vos 
no son lo mismo. Ellos están llenos de defectos, pero los que están en tu vereda tampoco son ángeles.
Tal vez te cueste aceptarlo, pero no se puede construir un buen futuro sin “los otros”. Necesitamos empezar a imaginar un país que incluya a todos.

A los pocos días una alumna me envió este mensaje:

Muchas veces sentí que desde el lado donde estoy parada, esos «otros» no podían tolerar no ya mi presencia, sino que casi no podían tolerar mi existencia. Y claro, no me refiero a mi solamente, sino a todo lo que encarno simbólicamente como persona humana y que comparto con todxs los que estamos en esta vereda. En esos casos: ¿cómo se construye con los otros? o sea, en este caso, para construir algo ¿habría que auto-suprimirse o fusionarse con los pensamientos y sentires de esos otros, justamente porque esos otros no pueden tolerar la diferencia?

Creo que no hay solución posible suprimiendo las diferencias ni suprimiendo a los diferentes. Intentar algo así conduce al desastre. Es importante aclarar esto porque está muy arraigada la idea de que todos los males de la sociedad son culpa de «los otros» y que, por lo tanto, la solución consistiría en eliminarlos. Esta manera de pensar es tan habitual que ya no nos damos cuenta de su presencia. Cuando decimos que «no se puede construir un buen futuro sin los otros» estamos renunciando a la lógica de la guerra, que ve al otro como un enemigo a suprimir.

Las diferencias no giran solamente alrededor de cómo vamos a solucionar los problemas del país. La grieta que divide a la sociedad no es por lo que vamos a hacer de aquí en adelante. La mayor parte de las diferencias vienen del pasado. Son heridas abiertas que fueron pasando de una generación a otra y que crecieron como una bola de nieve hecha de odio, ofensas y deseos de venganza.

Pero ¿cómo construir algo de aquí en adelante con tanto sufrimiento acumulado? Creo que el primer paso hacia una solución es perdonar. ¿Qué entendemos por perdonar? .

Perdonar no es olvidar. Es muy importante recordar el daño recibido y también el daño que provocamos. Es importante recordar las ofensas recibidas y también las que cometimos. Sin memoria será imposible aprender las lecciones del pasado y seguiremos repitiendo los mismos errores eternamente.

Perdonar no hace desaparecer el daño provocado. Quien ofendió, calumnió, persiguió, mató, deberá hacerse responsable de sus actos. Si está arrepentido, tendrá que reparar el daño provocado. Además, según el grado de la ofensa, deberá responder ante la Justicia y habrá que garantizar su derecho a la defensa y el respeto al debido proceso.

Perdonar no es renunciar a la legítima defensa; si me atacan tengo el derecho y la obligación de defenderme.

Perdonar es liberarse de la amargura, el odio y el resentimiento. Perdonar es liberarse del mandato de «devolver el golpe» y de aplicar la ley del «ojo por ojo». Perdonar es detener la rueda que perpetúa y profundiza el sufrimiento.

Preferimos el camino del medio porque sabemos que los extremos conducen al sufrimiento, pero esto no significa ser neutral. Tomar partido y actuar en política es saludable y necesario. No se trata de renunciar a la propia identidad política. Se trata de tomar conciencia de cómo usamos nuestra identidad política. ¿La usamos como una herramienta de transformación positiva de la realidad? ¿La usamos para obtener consuelo moral, prestigio, trabajo, pareja? ¿La usamos como una manera de ejercer poder sobre los demás? ¿Qué tipo de poder es ese? ¿Uno que ayuda o uno que somete?

La identidad política es como la bandera nacional; quien la porta debería honrarla con sus acciones, no usarla como escudo o como excusa. La identidad política juega un papel positivo cuando uno está a su servicio, no al revés. Para empezar a cerrar la grieta que nos divide conviene preguntarnos: ¿Estoy usando mi identidad política para levantar muros que dividen o para tender puentes hacia los demás?

Gracias por escuchar.

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Autor: Daniel Fresno