Un confortable ataúd

por Daniel Fresno

Era una mañana fria, húmeda, muy ventosa y sin sol. Un par de horas antes F. escribió preguntando si iba a haber clase. Le dije que sí y ahí estaba ella, sentada en un banco del parque, acurrucada dentro de su abrigo y escondiendo el cuello entre los hombros. Su lenguaje corporal parecía decir: «¿qué estoy haciendo aquí, un día como este? ¿Por qué no me quedé en la cama?».

Empezamos la clase, la respiración se hizo más profunda, la energía y la sangre circulaban con intensidad. De pronto la vi sonreir y le pregunté cómo estaba. Me dijo que sentía la misma alegría y vitalidad que cuando era chica. Se había transformado en otra persona, despierta, activa, armónicamente integrada al espacio que la rodeaba, radicalmente viva. El clima exterior seguía siendo frío, húmedo, nublado y ventoso, pero dentro de F. ahora brillaba el sol. Todo eso fue posible porque se animó a salir de la comodidad de su casa.

Nuestro cuerpo es perfecto para vivir en este planeta, en sus cuatro estaciones. Tenemos recursos físicos y mentales que nos permiten adaptarnos a los cambios. Esa capacidad para adaptarnos a circunstancias cambiantes es lo que nos hace aptos. Y como decía Darwin, sobreviven los más aptos.

Pero lo cierto es que cada vez somos menos aptos. En los últimos cien años, huyendo del sufrimiento, la humanidad alcanzó niveles de seguridad y comodidad que antes eran privilegio de reyes y emperadores. Aún existen enormes desigualdades sociales, pero ya no necesitamos cazar nuestra comida, ni trepar árboles para recolectar frutos, ni caminar hasta el río para conseguir agua, ni cortar nuestra leña, ni esperar a que lleguen los barcos con noticias de tierras lejanas.

Recibimos al nacer un cuerpo con asombrosas capacidades y las hemos sacrificado en el altar del dios comodidad. Hoy muchas personas son incapaces de correr o de levantar objetos pesados sin lesionarse, de subir cinco pisos por escalera sin desmayarse o de caminar sin experimentar dolor. Millones apenas respiran y obligan a todas las células de su organismo a vivir a media máquina por no recibir suficiente oxígeno.

Nuestro cuerpo es capaz de adaptarse a los cambios de temperatura, pero renunciamos a ese poder encendiendo la calefacción o el aire acondicionado cuando no son necesarios. Nuestro cuerpo es capaz de reparar tejidos dañados y de eliminar toxinas acumuladas, pero renunciamos a ese poder al atiborrarlo de comida las 24 horas del día. Nuestro sistema inmunológico es capaz de protegernos de virus, bacterias y hongos, pero renunciamos a ese poder adoptando un estilo de vida tóxico, pero muy cómodo. Nuestra columna vertebral tiene un diseño perfecto para sostener una vida saludable y feliz, pero dejamos que se deforme adoptando malas posturas y durmiendo sobre superficies «cómodas». La pandemia está desnudando con crudeza todas las aptitudes que perdimos en aras de la comodidad. Huyendo del sufrimiento terminamos generando más sufrimiento.

El modelo egocéntrico, individualista y hedonista que rige en Occidente nos está volviendo menos aptos también a nivel mental. Cada vez tenemos menos concentración, cada vez tenemos menos disciplina, cada vez tenemos menos paciencia, todos atributos fundamentales para enfrentar los desafíos de la vida. Otra de las aptitudes necesarias para sobrevivir que estamos perdiendo es la compasión. Alguien podría preguntar: «¿qué tiene que ver la compasión con la supervivencia?»

Darwin no ignoraba la importancia de la fuerza y la agresividad en la lucha por la vida, pero también destacaba la compasión como un atributo fundamental en la supervivencia de la especie. Sostenía que todos nos sentimos impulsados a aliviar el sufrimiento del otro porque al hacerlo también aliviamos el nuestro. En El origen del hombre dice: «Sea cual fuere el modo complejo como la simpatía haya nacido en los primitivos tiempos, ofrece una verdadera importancia para todos los animales que se defienden con reciprocidad; por selección natural debe haberse aumentado precisamente, ya que las comunidades que contuviesen mayor número de individuos en que se desarrollase la compasión, debían vivir mejor y tener una prole más numerosa».

El egocentrismo y el individualismo extremo nos educan para comportarnos como clientes exigentes y siempre insatisfechos, que solo piensan en recibir y acumular. En este modelo no hay lugar para la compasión y la ayuda mutua, esas aptitudes que nos ayudaron sobrevivir.

No se trata de renunciar a la comodidad; se trata de evitar que se convierta en nuestro ataúd. El ascensor es una herramienta muy útil para las personas discapacitadas o cuando cargamos cosas pesadas. Pero conviene reservarlo para esos usos y mientras tanto, subir por la escalera. De esta manera, reduciremos nuestra huella de carbono, fortaleceremos nuestras piernas y sistema cardio respiratorio. La calefacción es muy valiosa cuando las temperaturas son muy bajas, pero antes de encenderla conviene abrigarse y así mantener activo nuestro sistema de termoregulación. No se trata de volver a la época de las cavernas; se trata de mantenernos aptos y en contacto estrecho con la vida real.

Gracias por escuchar.

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