Varones y violencia
por Daniel Fresno—
—El lunes fue el Día Internaciónal de la Mujer —dije durante la clase—, y quiero aprovechar la oportunidad para hablar sobre algo que nos pasa a los varones. Según estadísticas oficiales (*), en nuestro país hubo 2291 homicidios intencionales durante el año 2019. El 82,4 % de las víctimas fueron varones. Y la gran mayoría de los asesinos también fueron varones.
A su vez, también en la Argentina de 2019, hubo más suicidios que homicidios intencionales: 3568 (*). El 80 % de los suicidas fueron varones (**). Los números muestran que los varones matamos a otras personas y nos matamos a nosotros mismos. Somos los que actuamos, los que ejecutamos la violencia. Pero ¿cómo se llega a esta situación? ¿Es un problema específico de los varones o involucra a toda la sociedad o ambas cosas a la vez?
El brazo ejecutor
Conviene empezar definiendo qué entendemos por violencia. La violencia es un fenómeno humano en el que se busca eliminar, lesionar o humillar al otro. ¿Cómo empieza la violencia? Empieza con el pensamiento violento. Ese que nos hace creer que nuestra felicidad o el fin de nuestros problemas llegará cuando hayamos eliminado a alguien. Pensar que estaríamos mejor si tal o cual no existiera es pensamiento violento. Cuando el pensamiento violento se instala y crece, se convierte en lenguaje violento. La calle, las redes sociales, los medios de comunicación están llenos de lenguaje violento. El uso cotidiano del insulto «boludo» como apelativo es una pequeña muestra de la normalización del lenguaje violento.
Durante las 24 horas se emiten mensajes que fogonean el malestar, la insatisfacción, la indignación, el odio y la constante búsqueda de culpables. Vivimos inmersos en una cultura de la violencia que no distingue géneros y que se ha naturalizado, de manera que apenas podemos registrarla. Los varones somos el brazo ejecutor de esa violencia generalizada. Y esto no lo digo para restarle responsabilidad al que mata. Quien elige pasar del pensamiento y el lenguaje violento a la acción violenta tiene que responder por sus actos. Pero es indispensable que los varones reflexionemos sobre los mecanismos que nos llevan a dar ese paso.
¿De dónde viene la violencia?
Creo que la clave está en la dificultad que los varones tenemos para lidiar con el sufrimiento. Todos los seres sintientes experimentamos sufrimiento y tratamos de liberarnos de él. Las mujeres tienen un vínculo más saludable con el sufrimiento. No lo esconden, se permiten llorarlo y hablan de él con otras personas y generan redes de contención. Todo esto ayuda a aliviar el dolor y a transformarlo de manera positiva.
Los varones cuando recibimos un golpe nos decimos y le decimos a los demás «no me dolió». Escondemos el sufrimiento en un sótano oscuro. Lo negamos, no lo lloramos y tampoco lo hablamos con otros. Es decir, no hacemos nada para transformarlo de manera positiva, entonces el sufrimiento encerrado en aquel sótano, se convierte en un monstruo enojado y lleno de odio. Sufrir nos hace sentir vulnerables y pasivos, en cambio la ira nos hace sentir potentes, activos y en control de la situación. Esa ira es el combustible de la violencia, que volcamos hacia afuera o, como en el caso de los suicidios, hacia adentro.
¿Por qué los varones actuamos así ante el sufrimiento? Porque desde muy temprano descubrimos que a nadie le gusta vernos vulnerables. El otro día caminando por la calle vi a una mujer adulta que llevaba de la mano a un niño de 5 o 6 años. Tal vez eran madre e hijo. El chico lloraba y la mujer le gritó: «Dejá de llorar; no seas maricón». Podría haber enfrentado la rabieta infantil de otra manera, pero eligió usar lenguaje violento. La semilla del machismo no la riegan únicamente los varones. El sentido común dice: «el hombre debe blindarse para no conectarse con su sufrimiento, pues si lo hace, se volverá débil». Pero lo único que se consigue con esto es aumentar las estadísticas de homicidios y suicidios. Por el contrario, cuando podemos conectarnos con nuestro sufrimiento, comprenderlo y procesarlo, salimos fortalecidos.
Hormonas y conciencia
Ante los actos de violencia cometidos por varones, alguien podrá decir: «¿Y qué querés? La testosterona funciona así». Creo que hacer girar el problema alrededor de las hormonas no ayudará a resolverlo. ¿Acaso los varones somos únicamente sementales y asesinos? ¿Acaso las mujeres únicamente sirven para parir hijos y cocinar ? Somos más que animales guiados por instintos y hormonas. Somos humanos, el resultado de millones de años de evolución. Somos capaces de desarrollar conciencia, de aprender y de actuar responsablemente.
Las hormonas funcionan como una excusa muy conveniente. Cuando hacemos cosas brillantes, somos nosotros. Cuando hacemos macanas, son las hormonas las culpables. «Perdón por lo que dije el otro día; estaba con la menstruación». «Perdón por mi comportamiento violento; es que estaba furioso». La opción es vivir esclavos de las hormonas y los mandatos sociales o aprender a tomar las riendas de nuestra vida y ser libres.
Por otro lado, reducir todo a una cuestión hormonal conduce a la creencia equivocada de que la solución es la castración energética de los varones. Generar varones pasivos y débiles, que se avergüenzan de su fuerza, generará más sufrimiento todavía. Es importante no confundir violencia con agresividad. La violencia la definimos hace poco. La agresividad es un rasgo natural, indispensable para sostener y defender la vida. Es valioso que hombres y mujeres aprendan a conectarse con su agresividad, para perderle el miedo, cultivarla y para saber cómo y cuándo usarla.
Los varones tenemos por delante un importante desafío: echar luz sobre las creencias, prejuicios, mandatos sociales, hábitos y emociones que nos convierten en el brazo ejecutor de una violencia que atraviesa a toda la sociedad. Tomar conciencia de esos mecanismos es la única manera de desactivarlos. No es tarea fácil pero si la cumplimos, nos habremos liberado de un yugo cruel y al mismo tiempo habremos aportado a la liberación de toda la humanidad.
Un entrenamiento necesario
Ante este panorama complejo, nuestra práctica cobra especial valor. El entrenamiento de la atención que realizamos en meditación o zhan zhuang o taichi chuan es fundamental para poder reconocer nuestro sufrimiento, abrazarlo y permitir que se transforme en sabiduría y fuerza creativa. Una atención potente nos ayuda también a ver con claridad las emociones, los hábitos, los mandatos sociales que nos hacen actuar de manera compulsiva.
Las artes marciales bien enseñadas nos ayudan a conectarnos con nuestra agresividad para cultivarla y saber manejarla. En ese proceso también aprendemos a lidiar con la agresividad del otro de manera inteligente. Las personas que temen a su agresividad porque no la conocen, también temen a la agresividad ajena y resultan ser las personas más violentas. Por el contrario, quienes aprenden a conectarse y a cultivar su agresividad a través de las artes marciales bien enseñadas, no son personas violentas.
La práctica del nei kung de la médula ósea ayuda a conectarnos con nuestra energía sexual, a potenciarla, al tiempo que nos enseña a controlarla y canalizarla a voluntad. Es decir, al tiempo que potenciamos nuestra energía, aprendemos a guiarla. Dejamos entonces de ser esclavos de las hormonas y las compulsiones, dando un paso importante hacia la libertad.
Gracias por escuchar.
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(*) Informe nacional de estadísticas criminales 2019
(**) Diario El litoral
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¡¡¡Excelente !!! Me alegro de que se hable del tema; sostengo que, por lo menos en mi generación, que fuimos a colegios no mixtos, los varones aprendimos y entrenamos entre nosotros, lo que luego ejecutamos con las mujeres.
Muchos, muchísimos varones fuímos violentados, abusados, golpeados y desde esa situación «aprendimos a defendernos» para que no nos siga pasando.
Algunos, en su descontrol, luego ejercieron toda esa violencia, contra las mujeres cercanas.
Un fuerte abrazo, Sifu
Gracias por escribir, Adriano