Enseñanzas del mundial de fútbol
por Daniel Fresno—
Terminó el mundial de Qatar. ¿Podemos extraer alguna enseñanza de esta cumbre deportiva que durante un mes hizo vibrar a millones de personas en todo el planeta?
La impermanencia
La vida es impredecible y todo está cambiando todo el tiempo. Muchos equipos con fama de campeones fueron eliminados por rivales más modestos. Incluso nuestra selección enfrentó a Arabia Saudita creyendo que el partido iba a ser pan comido y se llevó una gran sorpresa. Afortunadamente, aprendió la lección y cambió su actitud. La vida está llena de sorpresas y no es prudente dormirse en los laureles.
Cuando nos identificamos con nuestros logros, con aquello que ya sabemos, con lo que logramos acumular, es ahí cuando empieza la decadencia. En cambio, cuando nos identificamos con lo que aún no sabemos, con lo que aún no logramos, todo es posible. Cuando un equipo de fútbol «se la cree», juega con la panza llena de glorias pasadas. Por eso, los mejores momentos de la selección argentina ocurrieron cuando jugó con hambre, como si nunca hubiera ganado una copa, como si aún no hubiera metido ningún gol.
La arrogancia
Alguna gente menospreciaba el entusiasmo generado por el mundial diciendo que no era más que «22 millonarios corriendo detrás de una pelota». Es cierto, los futbolistas ganan mucho dinero y creo que eso es justo. En el negocio del fútbol se mueven fortunas y es justo que los principales protagonistas, los jugadores, reciban su parte. Además es dinero que se ganaron con su esfuerzo, no como otros que amasan fortunas apropiándose del trabajo ajeno.
Esos 22 millonarios que corren una pelota llegaron ahí por mérito propio. Nadie llegó por acomodo, por apellido o por sobornos. Si no demostrás en la cancha que merecés estar ahí, te sacan.
El comentario de los «22 millonarios que corren detrás de una pelota» habla más sobre la arrogancia del comentarista, que sobre los jugadores. Cuando estamos muy centrados en el ego, necesitamos descalificar a otros para sentirnos superiores. Al quitarle valor al mundial y a los sentimientos que despierta en la gente, estoy diciendo: «Eso que todos ven como algo valioso e importante, en realidad no lo es. Vos no te das cuenta, pero yo, que soy intelectual y moralmente superior, sí me doy cuenta y me siento mal al verme rodeado de tontos». Conviene estar atentos a la arrogancia, especialmente a la propia.
El resultado no es lo más importante
En las competencias deportivas todos le dan más importancia al resultado al final del partido, pues define ganadores y perdedores. Mucha gente vive la vida de la misma manera, pensando únicamente en el resultado final, sin poder comprometerse ni disfrutar del juego. Y eso hace de la vida una experiencia triste y dolorosa.
Una de las actitudes más inspiradoras de la selección argentina durante este mundial fue que nunca dejó de jugar. Cuando tenía varios goles de ventaja, en lugar de adoptar una conducta tacaña o especulativa, seguía jugando y buscando oportunidades, como si el marcador estuviera en cero. Cuando la situación era adversa, en lugar de desanimarse, seguía jugando sin perder el entusiasmo, con máxima concentración y compromiso.
La vida se parece mucho a un partido de fútbol. Cuando despertamos por la mañana tenemos ciertos objetivos que deseamos alcanzar durante la jornada. Pero al salir de la cama las cosas no siempre salen como a uno le gustaría. ¿Qué hacemos entonces? Los jugadores antes de salir a la cancha también tienen objetivos. Pero una vez que empezó el partido se encuentran con infinidad de obstáculos en su camino. ¿Qué hicieron los jugadores de la selección argentina? ¿Se enojaron porque los otros no les dejaban meter goles? ¿Renunciaban al recibír alguna patada? No, simplemente jugaron lo mejor que pudieron, aceptando las reglas del juego, con absoluta concentración, compromiso y alegría. Regocijándose con las victorias, aprendiendo de las derrotas y celebrando la vida, que es juego.
En tiempos de crisis moral y sin muchos modelos positivos, creo que este es un buen ejemplo a seguir.
Gracias por leer.
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