Danza rota

por Daniel Fresno

Día de la Bandera en el Parque Los Andes, minutos antes de las 9 de la mañana. Había muy poca gente circulando a esa hora por la ciudad. Los participantes del encuentro de Fusión iban llegando y alguien mencionó la muerte reciente de una persona mayor luego de varios años de deterioro físico y mental. El proceso había resultado especialmente duro para sus familiares y alguien dijo: «No es fácil soltar las amarras para emprender el último viaje».

Empezamos la actividad recitando el mantra alrededor del árbol y ahí nos sacudió con fuerza la batería de Charly Alberti. A pocos metros de nosotros alguien había puesto a todo volumen «Danza rota», una canción de la primera época de Soda Stereo. Su ritmo interfería con el del mantra y mantener la concentración era todo un desafío. Sentí que la semilla del enojo comenzaba a brotar dentro de mí. Respiré profundamente y me dije:: «En lugar de rechazar esta circunstancia indeseable ¿de qué manera podría sacarle provecho?». Terminado el ritual del mantra, empezamos el entrenamiento y en un descanso dije:

—»Danza rota» tiene un estribillo muy significativo: «Dame una pista / Algún rastro para hallarte. Estoy bailando una danza rota /Quisiera escaparme». Estas líneas resumen dos grandes deseos de la humanidad. «Dame una pista / Algún rastro para hallarte» describe el anhelo de trascender nuestros estrechos límites para ir en busca de lo absoluto. La mayoría de la gente emprende esta búsqueda por caminos que conducen a más sufrimiento. Pero el anhelo está ahí, latiendo en cada ser humano y podría resumirse en «quiero ser parte de algo más grande y universal, pero no sé cómo llegar».

«Estoy bailando una danza rota / Quisiera escaparme» describe esa sensación tan conocida de estar haciendo con nuestra vida algo sin sentido. Esa sensación de que quisiéramos estar en otro lugar diferente a donde estamos ahora. El cuerpo está aquí, pero la mente no. Estamos divididos por dentro, rotos, como la danza que da nombre a la canción, porque no aceptamos lo que la vida nos presenta y queremos salir de ahí.

Esta fragmentación interna, cuerpo separado de la mente, nos impide estar plenamente presentes en lo que estamos viviendo. La experiencia vital pierde intensidad y el territorio que habitamos se vuelve gris y poco agradable. Es lógico que uno quiera escaparse de un lugar así.

Lo más paradójico es que las personas que viven de esta manera, deseando irse de donde están, cuando les llega el momento de soltar amarras, el momento de la muerte, se aferran con uñas y dientes y el proceso de desencarnar se vuelve una larga agonía.

Por el contrario, las personas que logran conocer y educar su mente, pueden habitar el momento presente, morar en él y convertirlo en un sitio de descubrimiento y aprendizaje. Así la vida se vuelve una experiencia rica, intensa y plena. Estás conforme con tu vida y no hay arrepentimiento, de manera que cuando llega el momento de morir, la transición es natural.

Esta práctica es valiosa porque nos enseña a unir cuerpo, mente y energía, para poder vivir completos y no rotos. Un poeta dijo: «Tu hogar no es dónde naciste, el hogar es donde todos tus intentos de escapar, cesan.». Cuando respiramos de manera conciente estamos regresando al hogar. El entrenamiento nos permite transformar esa casa en un sitio de paz y alegría, un sitio donde es agradable estar,.

Gracias por escuchar.


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