Madre nuestra
por Daniel Fresno—
—Todos valoramos nuestra vida —dije durante la clase de taichi chuan del Día de la Madre—. No queremos perderla y un impulso básico y profundo nos empuja a luchar para conservarla si tratan de quitárnosla. A veces inconcientemente actuamos de manera autodestructiva, pero si nos dan a elegir, preferimos vivir. Esta vida que tenemos se la debemos a nuestra madre. Como dijimos el año pasado, la madre es la puerta de entrada al mundo. Los humanos existimos únicamente porque una mujer nos dejó crecer en su útero hasta que llegó la hora de nacer.
No vamos a ignorar al padre. La vida comienza con la unión de las semillas del hombre y de la mujer. Pero todo el proceso de desarrollo de huesos, órganos, visceras y sistema nervioso que nos convirtió en un ser humano completo tuvo lugar en el útero de nuestra madre. No solo nos permitió crecer en su interior, también compartió con nosotros su alimento y energía para que podamos crecer hasta estar listos para continuar la vida fuera de ella. Esta es una gran deuda que tenemos con nuestra mamá.
—Suena feo la palabra «deuda» —dijo Silvina—. Siento gratitud hacia mi madre, pero hablar de deuda me suena muy pesado.
—Es muy interesante el tema de las deudas y tal vez lo abordemos en la próxima clase. Volviendo al Día de la Madre, ningún embarazo llega a término si la madre no quiere. Los métodos abortivos se conocen desde tiempos muy antiguos y si estamos vivos es porque nuestra madre decidió no usarlos e hizo lo necesario para que la gestación llegue a término. Por esto tenemos una deuda de gratitud con ella.
Ustedes saben que el sistema inmonológico vigila constantemente todo el organismo. Si encuentra algo extraño, lo neutraliza y elimina. Durante el embarazo, en cambio, el cuerpo de la madre no destruye al embrión, que es un organismo «extraño», sino que lo acepta y nutre. Este proceso es un ejemplo perfecto de amor inclusivo. Se dice que el amor verdadero tiene cuatro características. La primera es la bondad, es decir, busca el bien del otro. La segunda es la compasiòn, es decir, busca aliviar el sufrimiento del otro. La tercera es la alegría, es decir, busca generar alegrìa tanto en quien recibe como en quien da. La cuarta es la inclusión, es decir que abarca a todos los seres vivos. El amor inclusivo no conoce la frase «eso no es asunto mío«. La madre es un ejemplo de amor inclusivo.
Salimos al mundo en un estado de extrema vulnerabilidad. Para sobrevivir necesitamos que nos cuiden y alimenten durante varios años. Esos cuidados los recibimos de la madre biológica o de otra persona que ocupa su lugar. Si estamos vivos es porque alguien nos alimentó, nos limpió, nos abrigó, nos abrazó y nos cuidó cuando caímos enfermos. Tenemos una deuda de gratitud con esas personas.
Mi mamá falleció cuando yo tenía unos pocos meses. Mi papá, que de pronto se quedó solo con dos hijos, pidió ayuda a sus padres, que aceptaron venir a vivir a mi casa natal para ocuparse nuevamente de criar niños. Me pongo en el lugar de mis abuelos y me imagino cuántas proyectos personales dejaron de lado para atender a mi hermana y a mí. ¿A cuántas cosas renunciaron por compasión?
La mayoría de los animales están listos para afrontar la vida al poco tiempo de nacer. Nosotros no. Necesitamos protección y asistencia durante varios años para poder sobrevivir. Esa vulnerabilidad hace indispensable que seamos objeto de la compasión de otros. De manera que si hoy estamos vivos es porque alguien se apiadó de nosotros cuando no podíamos cuidarnos solos y nos ayudó y protegió. Por eso todos llevamos dentro las semillas del amor y la compasión. Tal vez las malas experiencias o la educación nos hacen olvidar esas semillas y dejamos de nutrirlas. Pero están ahí. Somos resultado del amor y la compasión de nuestra madre y de otras personas y por lo tanto, también somos capaces de ejercerlos.
Gracias por escuchar.
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