Reflexionar sobre la práctica

-Cuando mi maestro empezó a enseñar en Argentina su castellano era muy pobre -dije en la clase de taichi chuan-. En sus clases mostraba los movimientos y los alumnos lo copiaban. Pero casi no hablaba porque no tenía recursos para expresarse. Por esta razón no pudo dar muchos detalles sobre el entrenamiento de la mente, el nei kung, la filosofía, el cultivo espiritual y la ética de las artes que enseñaba. Sus primeros alumnos llenaron esos espacios vacíos como pudieron, tomando elementos de otras escuelas, del cine y de los libros, Afortunadamente, yo lo conocí cuando ya había aprendido castellano.

-Digo esto porque, si bien en estas artes lo fundamental es la práctica, también es muy importante que el maestro hable y explique cuál es el sentido de lo que se está practicando. Cuando estas disciplinas nacidas en Oriente llegaron a Occidente sufrieron cambios y mutilaciones. Se tomaron algunos elementos y se descartaron otros, distorsionando así el equilibrio natural del arte. Por ejemplo, se tomaron técnicas de meditación originarias del budismo, dejando de lado el aspecto ético que le da sentido. Por eso hoy vemos que altos directivos de grandes corporaciones que colaboran al desastre ambiental practican mindfulness para ser más eficientes en su tarea. A los francotiradores se les enseña meditación para que sean más precisos en sus disparos.

-Lo mismo ocurrió con las artes marciales. Se adoptaron ciertas técnicas corporales y métodos de entrenamiento y se dejó de lado el resto. Eso hizo posible la proliferación de escuelas como la Cobra Kai, de la película Karate Kid. A personas que ya tenían problemas para manejar su agresividad se les enseñó técnicas de combate muy efectivas, pero no se les enseñó a controlar su carácter. Es como echarle nafta a un incendio. Hace poco fue noticia el penoso episodio en el que un karateka mató a golpes a un taxista durante un incidente de tránsito en La Plata (ver noticia).

-En la enseñanza tradicional el alumno aprendía primero a cultivar la paciencia, la disciplina y la concentración. Al ingresar a la escuela no se le enseñaba a tirar golpes y patadas. Los primeros años se la pasaba trayendo agua desde el río, cortando leña y barriendo el piso. De esta manera fortalecía su cuerpo y su paciencia y humildad. Más tarde, habiendo demostrado ser capaz de controlar su agresividad, se le enseñaba técnicas marciales.

-Las artes marciales, las prácticas energéticas y la meditación ayudan a desarrollar poder personal y la ética es fundamental para orientar correctamente ese poder. El poder personal es para liberarse del sufrimiento y para ayudar a librar del sufrimiento a todos los seres vivos. No es para dañar. Es para proteger y nutrir la propia vida y para defender a los débiles.

-¿Y cómo nos damos cuenta si estamos en un camino éticamente correcto? Cultivando la dimensión espiritual del arte. Hay muchos malentendidos sobre el cultivo espiritual. Muchos creen que ser espiritual es reverenciar a alguna figura sagrada, prender sahumerios y velas, andar descalzo y conmoverse ante una puesta de sol. El cultivo espiritual es ante todo el cultivo de la conciencia. Es ser conciente de lo que hacemos en cada instante y de las consecuencias que eso que hacemos tendrá para nosotros y para los demás. Por eso, al comienzo de la práctica decimos: «Ahora ponemos toda nuestra atención en lo que estamos haciendo». Es muy simple y a la vez muy profundo.

-La atención se fortalece a través de la práctica paciente y disciplinada, todos los dias a toda hora; no solo durante la clase. Y a medida que la atención se fortalece, va echando luz sobre nuestro mundo interno y el mundo que nos rodea. Esa luz nos permite ver con claridad y a eso llamamos conciencia. Al ser conciente me doy cuenta de lo qué estoy haciendo y qué resultados voy a obtener al actuar así. Veo con claridad el camino que estoy siguiendo y hacia dónde conduce. Buena parte del sufrimiento que experimentamos y que provocamos a otros tiene su origen ahí: no somos plenamente concientes de la semilla que estamos plantando ni del fruto que vamos a cosechar. Si el camino que estoy siguiendo conduce a mi bienestar y el de los demás, sabré que estoy en el buen camino.

-¿De qué manera tu maestro aprendió esto en su país natal? -preguntó una alumna-. ¿Fue también a través de la palabra?

-Fue a través de la palabra, del ejemplo y de la práctica. El arte marcial y las técnicas energéticas las aprendió de adulto con sus maestros. Pero el fondo filosófico, ético y espiritual lo aprendió desde que nació, en su casa, en la calle y en la escuela, como la mayoría de las personas que viven inmersos en la cultura china. Hay un cuento que ilustra esto: un pez muy joven se acercó al puerto y escuchó la conversación de dos humanos que estaban sentados en el muelle. Hubo una palabra que le llamó la atención: mar. «Hoy el mar está tranquilo», dijo uno. «Me gustaría recorrer los siete mares», dijo otro. Con gran curiosidad el pez joven regresó a su cardúmen y le preguntó al pez más viejo y más sabio: «¿Qué es el mar?». Y el anciano respondió: «No sé».

-Mi maestro no habla de «budismo» o de «taoísmo» o de «confucianismo» o de «wu de», porque nació, creció y se educó en medio de todo eso. El no habla de su bagaje cultural, simplemente lo encarna, lo actúa, lo transpira en todo momento. Y al llegar a estas tierras se tomó el trabajo de aprender el idioma para transmitir esa tradición a nosotros, que pertenecemos a una cultura diferente.

-Es necesario hablar sobre estos temas porque con la práctica corporal no basta. Hay que reflexionar sobre lo que hacemos. Por eso dedicamos algunos minutos de la clase para explicar el sentido profundo y transformador de lo que estamos cultivando aquí. Así podremos captar en su totalidad y de manera equilibrada la enorme riqueza que encierran estas disciplinas y aplicarla en todos los aspectos de la vida.

-Gracias por escuchar.

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Autor: Daniel Fresno