No quiero volver a «la normalidad»

por Daniel Fresno—-

Nos gusta vernos como seres completos e independientes, pero dependemos del mundo que nos rodea para poder sobrevivir.

Para sostener la vida debemos satisfacer ciertas necesidades básicas. Todos necesitamos respirar oxígeno, absorver luz solar por la piel, beber agua, comer alimentos, tener abrigo, vivienda, contacto sexual, etc.

Cuando sentimos frío y no tenemos abrigo, sufrimos. Y cuando conseguimos el abrigo, experimentamos una satisfacción y bienestar que llamamos felicidad.

A lo largo de la vida tratamos de satisfacer las necesidades y nos sentimos felices al hacerlo. También tratamos de evitar el sufrimiento que implica la insatisfacción de esas necesidades.

Y todo esto es muy lógico, porque si no cubrimos esas necesidades nos morimos o padecemos una vida miserable. Entonces, interactuamos con los demás y trabajamos para obtener de la Naturaleza aquello que necesitamos para sostener la vida. De esta manera se establece una relación virtuosa en la que la actividad económica está al servicio de la vida.

Una vez, cuando yo era chico, discutí con mi padre sobre mi futuro. Teníamos ideas diferentes sobre qué camino debía seguir yo. En un momento de la discusión mi padre preguntó: «Pero vos ¿qué querés hacer con tu vida?». Era una pregunta tremendamente profunda, pero yo no tuve dudas de la respuesta: «Quiero ser feliz».

Para mí la felicidad era florecer. Era lograr desarrollar todo mi potencial creativo. Era lograr que la vida se manifieste a través de mi con todo su colorido e intensidad, para mi bienestar y el de los demás. Creo que todos tenemos una idea parecida de la felicidad. Y deseamos que la actividad que realizamos esté al servicio de una vida plena.

Sin embargo, víctimas de la codicia, el odio y la ignorancia, los humanos invertimos los valores. Llegamos a la situación actual en la cual en lugar de comer para vivir, vivimos para comer. En lugar de ganar dinero para vivir, vivimos para ganar dinero. En lugar de tener sexo para vivir, vivimos para tener sexo, y así.

Esta locura se convirtió algo «normal» y aceptado por todos. Un acto fundamental para sostener la vida como el comer se convirtió en un fin en sí mismo. Y hoy la principal causa de muerte en todo el mundo son las enfermedades derivadas de la sobrealimentación.

¿Cómo llegamos a distorsionar el sentido de un acto fundamental para la vida, como lo es el comer, para que la mayoría de la gente muera de eso? ¿Cómo llegamos a aceptar que la gente destruya su páncreas y tapone sus arterias con grasa como algo «normal»? ¿Cómo es posible que los que entendemos la alimentación como una herramienta para construir una vida mejor seamos vistos como «bichos raros» o «fanáticos»?

En estos días fue noticia el vicegobernador de Texas, impulsor de la eliminación de la cuarentena, al sugerir que la muerte de los ancianos es un precio que vale la pena pagar para «salvar la economía». (Ver noticia)

Este «mundo del revés» basado en la inversión de los valores, este deseo insano de acumular dinero, bienes materiales, comida y otros placeres sensoriales como si fueran fines en sí mismos, condujo a la actual crisis mundial en la que está en riesgo la supervivencia de la especie.

Por eso, cuando se habla de la cuarentena y de la necesidad de salir de la situación de emergencia para volver a «la normalidad», conviene preguntarnos ¿a cuál normalidad queremos volver?

Pensemos en los mecanismos de auto-curación que puso en marcha la Naturaleza en estos pocos días de cuarentena mundial. Es algo parecido a los mecanismos que pone en marcha el cuerpo cuando hacemos ayuno. Al no tener que gastar energía en metabolizar alimentos, el cuerpo puede dedicar toda su energía a la reparación de los órganos y sus funciones.

Dedicamos al sueño un tercio del día. Pero en esas ocho horas solo la conciencia descansa; el resto del cuerpo realiza una intensa labor de reparación, limpieza y crecimiento. Por eso se recomienda comer liviano a la noche; para que los recursos energéticos no se distraigan en la digestión y puedan invertirse en las tareas de mantenimiento nocturno. El sueño no es tiempo perdido.

Así como dedicamos un tercio del día a esta tarea fundamental, tal vez sea hora de establecer un descanso anual de dos o tres meses. Un periodo en el que actividad humana y el consumo se reduzca a lo indispensable para vivir. Para permitir así que la Tierra active sus mecanismos de auto-reparación.

No podemos volver a una «normalidad» que nos está llevando a la extinción. Si los humanos no tomamos medidas urgentes para permitir que la Tierra recupere el equilibrio perdido, las tomará la Naturaleza de una manera muy cruel.

Gracias por leer.