Añoranzas de la Tierra

por Daniel Fresno

Al comenzar la clase de chi kung les pregunto a los alumnos cómo sienten el cuerpo y si tienen algún dolor o malestar. Una alumna dijo que le dolía la pelvis y espalda del lado izquierdo.

—Creo que estuve muchas horas sentada trabajando y eso generó alguna contractura —explicó.

Dedicamos parte de la clase a atender estos dolores con ejercicios en el suelo. Fuimos a una zona con césped y trabajamos ahí, abriendo articulaciones, estirando tendones y fascias. Respirando concientemente. Sintiendo todo el tiempo el contacto del cuerpo con la Tierra. Al terminar la alumna dijo que se sentía mejor.

—Estos ejercicios apuntan a aliviar el dolor mencionado —dije—, y se pueden hacer sobre cualquier superficie. Pero hacerlos como hicimos hoy, sobre la Tierra, es mucho mejor. Nuestro cuerpo está hecho de Tierra y anhela recuperar el contacto con ella. Ella es «la madre de todas las cosas», como dice la canción de Litto Nebbia. Vivimos muy desconectados de la Madre Tierra y buena parte de nuestro sufrimiento tiene su origen en esa desconexión. Hacer chi kung es bueno para recuperar la armonía y la salud, pero hacerlo en contacto directo con la Tierra es mejor todavía. El cuerpo anhela ese contacto como un exiliado que añora volver a la patria.

—Ahora me doy cuenta del origen de mi dolor. —dijo la alumna, como si hubiera tenido una revelación—. No es por el trabajo. En estos días, en medio de la guerra en Ucrania, fue bombardeada la ciudad donde nació mi mamá. De esa ciudad escapó cuando tenía 7 años huyendo de los nazis. Siempre me hablaba de su pueblo con nostalgia y ver ahora las fotos de la ciudad destruida me llenó de pena. Es más fácil echarle la culpa al trabajo, pero creo que el dolor nació al ver esas imágenes.

Cuando un antepasado muere sentimos que se fue, que ya no está. Pero lo cierto es que los antepasados viven en nosotros, se expresan en cosas evidentes como el color de los ojos, la forma de la nariz y otros detalles físicos, pero lo más importante es que cada célula de nuestro cuerpo conserva una memoria genética de ellos. Los lazos que nos unen a los antepasados son poderosos y trascienden los límites del tiempo, la distancia y la muerte. Por eso, cuando los ojos de la alumna se llenaron de lágrimas al recordar aquella ciudad bombardeada, no era ella la única que lloraba. También lloraba su mamá.

Gracias por leer.
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