La piedra de Judas

por Daniel Fresno

—Cuando mi maestro, el Sr. Chao, llegó a Argentina en 1985 no hablaba castellano —dije durante la clase de bagua zhang—. De manera que los primeros alumnos argentinos solo pudíeron aprender lo que veían con sus ojos y lo que sentían durante el contacto físico al luchar con él. Aprendían la técnica, pero les faltaba el componente ético, que en China o en Japón se aprende desde la primera infancia en la familia y en la escuela.

Enseñar un arte marcial o deporte de contacto sin enseñar benevolencia, respeto al maestro y control del propio carácter, es como enseñarle a alguien a manejar un camión sin enseñarle a usar el freno. Recientemente nuestra sociedad fue testigo de hechos de violencia muy dolorosos protagonizados por jugadores de rugby que fueron educados para usar la fuerza, pero que no fueron educados para controlar sus emociones y su conducta.

Conciente de la necesidad de transmitir a los alumnos la disciplina ética del arte marcial, mi maestro invirtió mucha energía en aprender castellano. En 1995 volvió a abrir la enseñanza de bagua zhang y fue ahí que lo conocí. Ya se hacía entender muy bien y durante las clases explicaba el sentido profundo de lo que estábamos practicando y sus códigos de conducta.

Como no había restricciones al ingreso a las clases de bagua zhang varias personas empezaron junto conmigo. Pero de todas esas personas ninguna siguió practicando. Mi maestro es muy estricto y desde el primer día aclaraba que si querías aprender bagua zhang necesitabas tener paciencia. Y todos respondían con entusiasmo «Sí, claro». Pero no se imaginaban lo que les esperaba. Por eso abandonaron.

Paciencia

¿Por qué se iba la gente? Básicamente, porque sentían que estaban siendo víctimas de un abuso. En el sentido común que predomina en nuestra sociedad uno va a una escuela de artes marciales a buscar algo y a cambio paga una cuota. La gente que abandona piensa en términos de costo-beneficio y siente que está dando más que lo que recibe. Cuando uno percibe la relación maestro-alumno como una transaccion comercial, está muy atento a cuánto gastó y cuánto ganó. Si encima te toca el maestro Chao, que puede tenerte caminando el círculo durante 3 años sin enseñarte «nada nuevo», seguramente vas a sentir que seguir ahí «no es negocio».

Yo me quedé porque sabía que a cambio del dinero que pagaba todos los meses estaba comprando algo muy valioso: paciencia. El concepto de paciencia suele confundirse con el de agachar la cabeza y aguantar. En realidad, tener paciencia es conservar la paz en medio de la tormenta.

A veces el alumno siente que «ya sabe» y que ya está listo para aprender «cosas nuevas». Y en realidad, cree que ya sabe, pero no sabe y eso lo descubre tiempo más tarde, cuando todo eso que creía saber se olvida y se evapora sin dejar rastros. En cambio, cuando uno invierte tiempo y atención en la práctica sin esperar nada a cambio, la técnica se hace carne naturalmente, se integra al ADN y no se olvida nunca.

Generosidad

Pasaron los años y un día mi maestro me pidió que desgrabara sus charlas de los sábados y que las editara y subiera al sitio de internet de su escuela. Cumplir esa tarea implicaba invertir mucho tiempo y energía, sin recibir ninguna retribución económica, pero acepté porque sabía que a través de ese esfuerzo estaba aprendiendo generosidad.

Escuchaba sus palabras durante la clase grupal, luego en mi casa volvía a escucharlas durante la desgrabación. Si no entendía algo, le preguntaba durante la clase particular y ahí me explicaba en detalle. Todos esos años dedicados a desgrabar y redactar sus charlas y luego recopilarlas en forma de libro, me permitieron conocer en profundidad las raíces budistas, taoístas y confucianas del pensamiento de mi maestro. Además aprendí a redactar ideas complejas de manera clara y simple. Algunas personas, guiadas por la mente especulativa, me decían: «ese maestro se está aprovechando de vos», y no podían comprender la infinita satisfacción que sentía cada sábado al terminar de redactar la última charla de mi maestro. Además de aprender generosidad, todo ese entrenamiento me permite hoy comunicarme con ustedes de manera clara

La piedra de Judas

Les cuento una historia.

Una mañana Jesús le dijo a sus discípulos:

—Hoy vamos a practicar disciplina, paciencia y concentración. Que cada uno tome una piedra, la más grande que pueda sostener.. Vamos a caminar por el desierto llevando cada uno su carga.

Jesús tomó una gran piedra y se la puso al hombro y empezó a andar. Los discípulos buscaron grandes piedras y siguieron los pasos del maestro. Judas tomó una pequeña piedra y se unió al grupo. Cerca del mediodía todos estaban cansados y hambrientos. Judas pensó: «Por suerte yo fui más astuto y tomé una piedra pequeña y fácil de cargar». Entonces, Jesús dijo:

—Ahora vamos a parar para comer.
—Pero ¿qué vamos a comer, maestro? Nadie trajo comida. —dijo Judas.

Con un movimiento de su mano derecha, Jesús convirtió las piedras que sostenían sus discípulos en delicioso pan. Mientras todos comían enormes panes, Judas miraba decepcionado el pequeño pan que tenía entre las manos y que no iba a saciar su hambre.

Días después Jesús volvió a convocar a sus discípulos en el mismo lugar a la misma hora. Les indicó que tomen una piedra y que lo sigan por el desierto. Esta vez Judas tomó una piedra enorme y se unió al grupo. pensando: «Esta vez voy a comer un pan bien grande».

Al mediodía Jesús ordenó detener la marcha y dijo:
—Ahora vamos a parar para comer.
—¿Convertirás las piedras en pan, maestro? —preguntó Judas.
—No, hoy traje facturas.

Como alumnos a veces nos comportamos como el Judas de esta historia. No nos damos cuenta que el que especula y siempre piensa en obtener ganancia, al final obtiene muy poco. En cambio los que practican con disciplina, paciencia y concentración sin condiciones son los que reciben la mayor recompensa.

Gracias por escuchar.


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