Liberarnos del odio y el resentimiento_2

por Daniel Fresno

—Lo que dijiste sobre el enojo me resuena muy fuerte —dijo Liliana—, porque hace poco tuve una situación conflictiva con una persona. Esa persona me dijo palabras muy hirientes y en ese momento, estando frente a ella, sentí dentro mío cómo crecía el enojo. Lo sentí como un fuego que subía y me propuse a mí misma no reaccionar guiada por ese enojo. No dije nada, pero después sentí que el enojo me había quedado dentro. En lugar de explotar hacia afuera, explotaba dentro mio.

—Gracias por tu testimonio, Liliana, es muy ilustrativo. En el encuentro anterior dijimos que cuando la integridad física está en riesgo es necesario actuar de inmediato para protegerla. La situación que vos mencionás, en cambio, se desarrolló en el plano de las palabras. Por eso creo que tu decisión de no actuar guiada por el enojo fue acertada. Cuando uno actúa guiado por la ira lo más probable es que empeore las cosas. ¿Pero cómo desactivar esa bomba que te quedó adentro? Antes de responder a esto veamos de dónde viene el enojo.

Odiamos porque sufrimos

Esto es muy importante: el enojo nace del sufrimiento. Es un mecanismo defensivo que desarrollamos cuando estamos sufriendo. Las palabras de esa persona te hicieron sufrir y como consecuencia de eso, te enojaste. Cuando sufrimos por algo nos sentimos vulnerables y a nadie le gusta eso. Entonces, tratamos de identificar al culpable de nuestro sufrimiento y nos enojamos con él.

En estos tiempos de pandemia todo el mundo está sufriendo. El miedo a la muerte, el miedo a quedarse en la calle, la incertidumbre acerca del futuro son todos factores que nos hacen sentir pequeños, frágiles, angustiados e indefensos. Eso genera gran sufrimiento. Entonces, nos enojamos porque el enojo nos hace sentir menos vulnerables. El odio nos empodera. Sentimos que podemos controlar nuestro destino o incidir en el curso de los acontecimientos. Por eso hoy hay tanta gente furiosa en todo el planeta, contra las medidas sanitarias gubernamentales, contra conspiraciones imaginarias, contra la OMS, contra los científicos.

El enojo es una estrategia habitual para aliviar el sufrimiento, pero es una estrategia errónea. Como ya vimos en el encuentro anterior, en lugar de aliviarlo, el enojo solo acentúa y multiplica el sufrimiento.

La prisión del Ego

Pero vayamos más a fondo y tratemos de descubrir qué es lo que nos provoca sufrimiento cuando chocamos con otros. Si buscamos es muy probable que encontremos que lo que se lastimó durante el choque fue nuestro ego, esa imagen que tenemos de nosotros y que nos gustaría que los demás tengan sobre nosotros.

Imaginemos esta situación: un muchacho ve a su novia al otro lado de la avenida. Muy entusiasmado cruza sin advertir que el semáforo está en rojo y que un auto viene hacia él. El conductor, que tiene luz verde, hace una maniobra para esquivarlo y le dedica insultos muy agraviantes. El muchacho siente odio hacia el conductor. ¿Por qué se enojó? Porque estaba sufriendo. ¿Qué le hizo sufrir? Los insultos del conductor hirieron su ego, su auto-imagen. Y también hirieron la imagen que le gustaría que otros tengan de él, en este caso, su novia.

Alguien podrá preguntar ¿y cómo hacer para que no lastimen mi ego? El ego es algo necesario. Es indispensable para vivir en sociedad. El ego es como un traje. Me lo pongo a la mañana para ir a trabajar y debe ser cómodo para que yo pueda moverme libremente según las necesidades de cada momento. Al terminar el día me lo saco y lo pongo a lavar. Además, y esto es muy importante, si bien tengo un ego, no soy mi ego. Cuando nos identificamos con nuestro ego, cuando estamos demasiado centrados en él, estamos encendiendo la máquina de sufrir. Y esto no tiene que ver con ser soberbio o creerse por encima de los demás. Hay mucha gente con baja autoestima pero que está muy centrada en su ego. Cuando estoy muy ego-centrado mi traje se vuelve pesado como una armadura y deja de estar a mi servicio para convertirse en una prisión. Imaginen que van caminando por una peatonal dentro de una enorme, pesada y rígida armadura. Es inevitable que choquen con otras personas

Hacer como Nicolino Locche

Cuando estoy muy identificado con mi ego, todo lo que ocurre, ocurre a favor o en contra mio, todo me afecta y desestabiliza. Por eso, cuando lesionan mi auto-imagen, siento que me están lesionando a mí. Nicolino Locche era un boxeador argentino muy talentoso, famoso por su técnica defensiva. Le decían «El Intocable» porque era muy difícil pegarle. Locce nunca estaba ahí cuando el golpe llegaba. Esto generaba frustración, enojo y cansancio en su adversario, que tiraba miles de golpes que siempre caían en el vacío.

Algo parecido ocurre cuando practicamos tui shou. Buscamos desestabilizar al otro y evitar que el otro nos desestabilice. Para eso tengo que encontrar el centro del otro y desestabilizarlo. A su vez yo tengo que mover mi centro para que la fuerza del otro no lo encuentre y hacer que su fuerza caiga en el vacío. Para eso cultivamos peng y lu. Con peng aprendemos a «escuchar» la energía del otro; con lu aprendemos a hacerla caer en el vacío. De esta manera la energia del otro nunca llega a desestabilizar nuestro centro.

El enojo aparece porque estamos sufriendo. Y estamos sufriendo porque permitimos que la energía del otro llegue hasta nuestro centro y lo desestabilice. Esto ocurre cuando nos identificamos con nuestro ego. Cuando nos identificamos con nuestro ego, éste se vuelve enorme, rígido y pesado. Si por el contrario fuéramos concientes de que nuestra auto-imagen es solo una ilusión y que nosotros no somos esa imagen ilusoria, la energía del otro simplemente caería en el vacío, como esos golpes que nunca encuentran la cara de Locche.

Desactivar la bomba

Volviendo al testimonio de Liliana, ¿qué pasa cuando sentimos que el enojo explota adentro? En estos casos suele pasar que, además de enojarnos con la persona con la que chocamos, nos enojamos también con nosotros. «¿Por qué no le dije nada en ese momento?», «¿Por qué no reaccioné?», «¿Por qué siempre soy tan xxxxxx?», dice una voz interna con tono severo. Como un magistrado impiadoso, esa voz nos juzga, nos encuentra culpables y nos condena. ¿Reconocés esa voz? ¿Alguna vez la escuchaste dentro tuyo? De la misma manera que el enojo nos nubla la visión impidiendo comprender lo que llevó a la otra persona a chocar con nosotros, también nos quita comprensión para entender lo que nos pasa. Todo esto impide el aprender y progresar.

Alguien podrá decir: «Está bien, no me voy a dejar llevar por el enojo, pero ¿qué hago con esa persona que todos los días me tira golpes?». Como dijimos en el encuentro anterior liberarnos del odio no significa no hacer nada. A veces lo mejor es evitar a esas personas. Otras veces la persona con hábitos hostiles es parte de nuestra vida y debemos convivir con ella. En este caso lo mejor es hablar con ella al respecto con firmeza y seguridad, pero sin odio y desde la claridad que brinda la comprensión. Este camino es una magnífica oportunidad de aprendizaje.

El fuego que Liliana sentía subir dentro de ella al enojarse es el mismo que hoy arde en la mente de millones de personas. El fuego del odio no solo envenena las relaciones interpersonales; está incendiando el planeta. Es indispensable aprender a controlarlo antes de que sea tarde.

Vamos a seguir con este tema en siguientes encuentros. Gracias por escuchar.

—-
Si te parece que este texto puede serle útil a otra persona, no dudes en compartirlo.