El taichi chuan de Wang Shu Jin

El legendario maestro de tai chi chuan Wang Shu Chin

El maestro Wang Shu Jin (1904-1981) es una personalidad legendaria de las artes marciales internas chinas. Es también el maestro de mi maestro. Su vida y proezas dieron lugar a decenas de libros y relatos como el que reproduzco aquí, extraído de «Zen en movimiento», escrito por C.W. Nicol y publicado por Editorial Diana. Nicol estudió karate do en Japón y se alojó en la casa del judoka Donn Draeger, donde conoció al asombroso maestro de taichi chuan.
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Un día cuando recién estaba despertando de mi sueño y, estirándome en los tibios edredones, sentí en la cara el sol que se filtraba a través de las ventanas, gozando nuevamente del suave olor de los campos de heno del tatami. De pronto el edificio comienzó a sacudirse. ¿Un terremoto? Las pantallas temblaban en sus soleras, y abajo de mí el suelo se movía. Sin embargo, los estremecimientos seguían un cierto ritmo, alrededor de uno por segundo. ¿Había un clavador de pilotes en los alrededores? Imposible; no había ninguna construcción cerca. Me puse los pantalones y bajé.

Fui a la calle y allí estaban Donn, Bill Fuller y unos cuantos más observando a un profesor del arte chino del taichi chuan. Su nombre era señor Wang.
Pesaba alrededor de 115 kilos, parecía imponente y estaba golpeando uno de los pilares que sostenían la casa, moviendo el puño sólo unos pocos centímetros en cada ocasión. Cada golpe sacudía toda la casa. Jamás había visto una fuerza tan engañosa. Parecía como si estuviera golpeando suavemente la madera; incluso me hubiera prestado con gusto para recibir uno de esos golpes en mi estómago, que estaba considerablemente duro. Pero si lo hubiese hecho me habría matado.

El señor Wang venía a la casa para enseñar a Donn Draeger y a un grupo selecto de budokas de alta jerarquía. Les enseñaba principalmente formas. Las formas del taichi chuan eran largas, complicadas y muy lentas. Eran como una danza en la cual cada segundo se alargaba a un minuto, tan lentos como una hierba abriéndose paso a través del pavimento. Efectuaba la forma con enorme dignidad y fuerza, pero yo que era un novato, comprendí que estaba viendo algo que debía respetar, aunque no pudiese entenderlo.

Por lo general los maestros de taichi chuan son de edad avanzada. En China, en la madrugada la gente practica los movimientos para beneficio de su salud, tanto en las plazas como en los parques de la ciudad.
Aun siendo de edad avanzada, una persona puede mejorar su habilidad y su fuerza. Los occidentales a menudo ven algo así y se burlan. . . no obstante, ¿cuántos hombres de cuarenta años, en Occidente, se mantienen activos en un deporte físico? ¿Cuántos hombres de cincuenta años están activos? ¿De sesenta? ¿De setenta? ¿Cuántos occidentales de ochenta años podrían buenamente darle una paliza a un hombre de entre los veinte y los treinta años? En Oriente, muchos de los grandes maestros tienen más de ochenta años de edad y, sin embargo, son formidables.

Wang Shu Chin,maestro de taichi chuan, pakua chang y hsing-i chuan

El señor Wang tenía cuando menos cincuenta años de edad, aunque es probable que fuera más viejo. Su poder era fantástico. Lo vi proyectar a Donn Draeger varios metros a través del cuarto, con tanta fuerza, que sus pies estaban despegados del piso cuando se golpeó contra el muro. Lo vi hacer lo mismo con cuatro hombres muy fuertes, parados uno tras otro para presentar una línea sólida, anclada, de más de 360 kilos. Con un solo empujón todos salieron volando. Luego, en una lección me permitió sentir el poder de uno de sus movimientos, y aunque prometió hacerlo con suavidad, fui proyectado limpiamente a través de la habitación y azotado contra la pared. ¿Y cómo fue eso? Mediante un empujón de apariencia simple con una mano que pareció tan inofensiva, como los movimientos de un niño al despertar. El contacto inicial de su mano sobre mi pecho fue en verdad suave, pero la propulsión en aceleramiento que siguió después, sólo sintiéndola podría creerse.

El señor Wang podía recibir golpes o patadas en cualquier parte de su cuerpo excepto la cara. Si él lo permitía, uno podía patearlo alrededor de la ingle y ni siquiera se inmutaba. Para demostrar poder, una vez instó al ex campeón mundial de boxeo de peso completo Joe Louis, a que lo golpeara en el plexo solar. El golpe no le hizo ningún efecto. También invitó a un inmenso karateka holandés para que le diera golpes en el estómago, y el karateka (a quien Donn consideraba uno de los hombres más fuertes que conocía) terminó con la muñeca lastimada.

Mediante la observación pude aprender a respetar las técnicas del taichi chuan. También aprendí a no juzgar por las apariencias o por lo que previamente había asimilado mi mente. Sentí enorme admiración y respeto por este arte, pero nunca tomé lecciones, pues aún recordaba la historia del cazador y los dos conejos.

El mantener un criterio estrecho en lo relativo a los diferentes artes y estilos servía únicamente para fomentar una debilidad. Nakayama sensei, nuestro jefe de instructores, no era ciertamente de criterio estrecho. Estudió muchas artes incluso en la misma China. Una vez le pregunté si el karate era la mejor de las artes de combate sin armas. Replicó que sí lo creía. Entonces, repuse ¿qué hay respecto al taichi chuan?

Nakayama sensei sonrió y dijo:

-Para seres humanos, el karate es lo mejor. Pero hay algunos hombres que son sobrehumanos y quizá algunos de los maestros de taichi chuan, eso es lo que son exactamente.

¿Por qué no lo estudié, conociendo la eficacia del taichi chuan? Bueno, había puesto los pies en el camino del karate y decidí permanecer en él hasta que hubiera aprendido a sentir que era suficiente. Aún más, creía que las sendas del taichi chuan y del karate y en realidad, de todas las artes marciales, conducían a la misma meta: la tranquilidad.
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Fragmento del libro «Zen en movimiento» de C.W. Nicol (Ed. Diana, 1978)